Cavilaciones sobre la reelección
A Joaquín Balaguer se le debe la patentización local de la expresión de la Constitución como un pedazo de papel. Y ciertamente, el viejo caudillo reformista fue un tributario de un pragmatismo político que utilizaba las buenas y malas artes de la política sin empaches ideológicos y con el único fin de mantenerse en el poder. En la lógica balaguerista del poder la Carta Magna termina siendo papel mojado. Sin embargo, la frase no es suya. La acuñó el constitucionalista alemán Ferdinand Lassalle, quien la utilizó para designar aquellos regímenes en los que la Constitución no es la fuente genuina de las prácticas políticas y del poder, sino una especie de barniz para encubrir la violencia de las clases gobernantes. Para Lassalle hay dos tipos de constituciones: las normativas, que son una expresión cotidiana del Estado de Derecho, y, las constituciones pedazo de papel, que son meras declaraciones de principios. En la treintena de Carta Magnas que se han sucedido en nuestra azarosa vida política pudiéramos afirmar que la República Dominicana ha sido territorio fértil para este último tipo de constituciones. El afán del continuismo, la fragmentación y el mesianismo político han matizado las enmiendas a la Constitución, casi siempre para adaptarlas como trajes a la medida del caudillo de turno que busca perpetuarse en el ejercicio del poder. Esos zarandeos institucionales llevaron a don Américo Lugo, una de las mentes más lúcidas de nuestra intelectualidad, a acendrar en nuestro imaginario el gran “pesimismo” dominicano que había esbozado ya José Ramón López yque se resume en una laguna histórica en la que ha naufragado la institucionalidad del país al servicio de patriarcas militares, autócratas y megalómanos que han impedido la formación de un Estado de Derecho moderno. Tras haber sufrido en carne propia la ignominia del lilisismo, la guerra de los quiquises, la invasión norteamericana de 1916, el continuismo horacista y la primera etapa de Trujillo, Lugo resume parte de su pensamiento en su célebre carta de 1936 al dictador de San Cristóbal. Ese documento es un testimonio fehaciente de la reciedumbre intelectual que le evitó caer en la candidez de sus coetáneos que bailaron en la fiesta del continuismo trujillista, para entonces ensalzado por la retórica ampulosa de la renovación y el progreso. Pero la larga batalla de los intelectuales contra el continuismo no es ni un fenómeno exclusivo de ese período ni de nuestro medio social. Se encuentra enraizado en los genes políticos latinoamericanos. En México, por ejemplo, el rancio caudillo Porfirio Díaz extendió su larga noche durante siete períodos consecutivos, dejando tras de sí una larga estela de corrupción, ignominia y desazón que fue el caldo de cultivo para la revolución agrarista que encabezarían Francisco Villa, en el Norte, y Emiliano Zapata, en el Sur, tras el asesinato de Francisco Madero. Más de un siglo después esa herencia maldita del porfirismo aún late en las democracias latinoamericanas. Desde Hugo Chávez, que cuando asumió el poder dijo que no iba a reelegirse y murió sentado en la poltrona de Miraflores 14 años después; hasta Correa, en Ecuador; Evo Morales, Bolivia y Daniel Ortega, en Nicaragua. No hemos aprendido la regla de oro de los norteamericanos, de los españoles o de los franceses: la democracia no es un negocio de abarrotes, una pulpería, donde se compra y se vende al mejor postor. Como escribió Carlos Alberto Montaner los males de la reelección de ayer siguen siendo los mismos de hoy: a) se refuerza el caudillismo en detrimento de las instituciones; b) se crea una clase de cortesanos que lo único que hacen es dedicarse a alagar y a confundir, c) se fomenta un tipo de relación nociva entre los empresarios y el poder político que facilita la corrupción, d) el grupito que propicia la reelección no hace las cosas porque estén bien o mal, sino porque se acomodan en hacer lo poco que saben, etc, etc, etc. Todo eso es peor aún si hay que erosionar la institucionalidad y la Carta Política salcochando una reforma constitucional que irrespete el procedimiento en democracia en momento en que reintroducir el fantasma de la reelección crea dudas e incertidumbre. El país tiene otras prioridades. Por delante está la reforma del sistema político; aprobar sendas leyes de partido y de referendo; modificar el sistema electoral; fortalecer la justicia y erradicar la corrupción y la falta de transparencia pública. Entonces, manos a la obra. El autor es abogado