IDEANDO
Muchas cosas han cambiado
Muchas cosas han cambiado favorablemente en nuestro país. Yo crecí en una aldea donde los televisores se podían contar con los dedos de una mano. Empero, hoy, no sólo hay uno o dos por cada hogar, sino que hasta existen canales locales que desarrollan su propia programación. Ciertamente la vida es otra y los cambios son evidentes desde cualquier óptica. Aunque todavía tenemos muchas deudas sociales atrasadas, el país ha ido avanzando. La comunicación vial es una realidad en toda la geografía nacional. Igualmente los acueductos. Las clínicas y policlínicas abundan. Hay un semillero de escuelas en todo el territorio nacional. Los polideportivos, los parques municipales, las estancias infantiles, etc. están por todas partes. En cualquier apartado rincón del país se encuentran bebidas exóticas que antes eran de la exclusiva distribución citadina. Lo propio podría decirse de algunos embutidos y delicatessen del primer mundo. El desarrollo del país es inocultable. Coincidimos con las preferencias de los países desarrollados del mundo en muchos aspectos. En mi infancia, era un lujo tener un vehículo. Hoy, los vehículos de lujo corren como verdolaga por los más apartados rincones de la nación. Un teléfono era una verdadera joya que asombraba. Igualmente el inodoro y la ducha. Esas eran cosas propias de los ricos. Los equipos de música que hoy día llaman componentes y que forman parte del confort de cualquier cuartito de traspatio, en esa época eran las vitrolas y constituían piezas de colección que sólo los burgueses poseían. Realmente la modernidad nos asaltó y nos llegó sin advertir su presencia. El estudiante que en los años 60s y 70s aspiraba cursar una carrera universitaria tenía que apretarse los pantalones o sacrifi car en extremo a sus familiares para obtener esa oportunidad. Hoy, tanto las universidades como las oportunidades para estudiar, son diversas y están al alcance de cualquiera. Los jóvenes de mi pueblo que podían lucir unos tenis Converse eran considerados unos privilegiados. Hoy día esta es una prenda que no llama la atención de nadie en cualquier recóndito lugar del país. Los libros con los que estudiaba en primaria llegaban en el baúl de un suplidor que los servía casi con carácter de exclusividad. Israel Castro, tío de Aníbal de Castro y primo de mi madre, le daba facilidades a ella para que pudiera obtener los pocos libros y útiles escolares que demandaba la educación de entonces, los llevaba los días previos al inicio de clases y todas las familias se abastecían con este suplidor a domicilio. En mi pueblo había un teatro que solía exhibir películas algunas veces y algunos días a la semana y cuya entrada costaba centavos. Era el único entretenimiento nocturno de mi generación. A nosotros nos salvó el parque, los sueños y las serenatas.