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FIGURAS DE ESTE MUNDO

No hay edad para amar

Poeta, dramaturgo, filósofo, la figura más representativa de las letras alemanas, Johan Wolfgang von Goethe tuvo en la pasión amorosa su mayor fuente de inspiración. En 1823, después de estar en Carlsbad, Checoslovaquia, la temporada de verano, por razones de salud, el viejo sintió de pronto rejuvenecido su corazón, cuando quedó hechizado por una bella joven de diecinueve años, Ulrika von Levetzow. Tras frecuentar y, casi ridículamente, cortejar a la jovencita, quería dar el paso definitivo. Le suplicó a un íntimo amigo que solicitase en su nombre, a la madre, la mano de su hija Ulrika. El camarada, sonriente, sin ánimos de contradecir al más venerado poeta de Alemania y Europa, fue a “procurar de la madre la mano de una niña de diecinueve años para un anciano de setenta y cuatro”. No se sabe la respuesta con exactitud. Parece que fue una réplica vaga e indecisa. El propio pretendiente se quedó en la más confusa incertidumbre. El fuego interior crecía y luchaba, impacientemente, para conquistar el favor de la mujer amada. Pero solo encontraba indecisión. Por fin, emprendió el regreso a Alemania, y en el instante de su partida experimenta la sensación de que en su vida se ha destruido algo inmenso. En ese atormentado retorno, el viejecito solo va acompañado del dolor. Y en una exaltación maravillosa de gratitud por aquella gracia postrera escribe su famoso poema “La Elegía de Marienbad”, en que aparecen estos versos imperecederos: “Y cuando el hombre se hunda en la aflicción, dádselo a Dios para que pueda decirle todo su sufrimiento”.

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