Tiempo para el alma

“Que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, contaminando a muchos”.Heb. 12: 15. Dañina práctica la de alimentar dolores, recelos, rencores, tristezas, la honda envidia que va anulando las posibilidades de avanzar y nos sujeta a la destrucción, la propia y la de los demás. “Que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, contaminando a muchos”. Es el efecto de “lo que sale de la boca” (Mt. 15: 18); tiene un carácter reproductivo, multiplicador, empieza con uno y va metiéndose en el sistema afectivo y social en el que nos movemos, en lo bueno para bien y en lo malo para mal; esa naturaleza viral de doble filo. Mis queridos lectores, cuando abonamos las desgracias pasadas y las hacemos presentes, permanentes, perennes, limitamos nuestras capacidades: la capacidad de amar, de vivir, de ser libres, de ser felices y hacer felices a los que están a nuestro alrededor; minamos el camino hacia nuestra propia paz. ¿No debería ser la búsqueda de la paz una constante en nuestras vidas? Cortar las raíces de amargura, decisión valiente y sabia para continuar caminando.

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