COGIÉNDOLO SUAVE
La ausencia del bolero romántico
En los años de la década del cincuenta los jóvenes teníamos permanentes ganas de asistir a los bailes, en parte para disfrutar del abrazo legalizado que era danzar un bolero con alguna damita. Porque si le caíamos bien a nuestra pareja el abrazo se convertía en una jornada de apretones parecidos a los del deporte de la lucha libre. De ahí que los que andamos en edad biológica pasado meridiano no entendamos eso de que los jóvenes bailen los ritmos modernos sin tocarse. Se dice en son de chiste que algunos hombres, al lanzar su pareja lejos en un paso de rock, la encontraron después en el parqueo del hotel en cuya pista de baile ejecutaban la trepidante pieza musical. Las letras románticas de los boleros se ajustaban a todas las situaciones que vivían los enamorados. Recuerdo a la muchacha de mi barrio San Miguel, quien cuando pasaba días sin ver a algún hombre que la atrajera, al toparse con él apelaba a esta interrogante contenida en un bolero: ¿qué te pasa que no se te ve? ¿Estás enfermo, o es que quieres amargar mi vida? Conversando con ella una noche, me contó que había sufrido tantos desengaños sentimentales, que ya no creía en los galanteos de los hombres, por lo cual me pidió consejo, con esta frase bolérica: --Tú tienes que ayudarme a conseguir la fe que con engaños ya perdí. Contrajo una amiga matrimonio con un hombre excesivamente celoso, al cual acusaba cantando un bolero que se iniciaba con esta frase: me estás matando a plazos. Paradójicamente, recuerdo que ese Otelo dominicano la abordó un día cantándole un bolero de corte masoquista, parte de cuya letra dice así: échame en los ojos un puñao de arena, mátame de pena, pero quiéreme. La amiga miguelete repetía que sostenía una relación con un pelotero del equipo Licey, y cuando alguien le señalaba la mentira contenida en esa afirmación, apelaba a este enunciado de una página bolero: sin firmar un documento, ni mediar un previo aviso, sin hacer un juramento, hemos hecho un compromiso. Por estos episodios vividos en años en que el bolero era el rey de las emisoras radiales, en algunas de las cuales laboré como locutor, es que me causa dolor nostálgico su casi total desaparición. Parece que la lentitud del ritmo del bolero no va acorde con la rapidez de la enllavadura romántica de estos tiempos. Porque hoy puede darse el caso de que una pareja, después de hacer el amor, cumpla con el protocolo de la presentación: --Mi nombre es Perenceja. --Ah, encantado de conocerla: el mío es Sutanejo.
