CON MIS OJOS
También vivimos
El debate sobre la despenalización del aborto en concidiciones especiales como el peligro de muerte de la madre, el embarazo producto de violación o incesto o cuando el feto tenga malformaciones que le impidan sobrevivir después del parto ha puesto en evidencia que seguimos muy lejos de ver a las mujeres como sujetos de derechos, como seres plenos, libres, independientes y merecedores de respeto. Esa concepción de la mujer como objeto propiedad de un hombre (el padre, el marido) o como madre antes que persona, es la génesis de los grandes problemas que la afectan en el país. La violencia de género estalla y se exacerba cada vez que las mujeres se acercan más a la autonomía de quienes tradicionalmente la dominan. La violencia obstétrica a la que son sometidas por un personal de salud a veces insensible que juzga a las niñas embarazadas y las maltrata, que empuja a cesáreas innecesarias o que esteriliza a destiempo a miles de mujeres llega su punto más conflictivo cuando del aborto terapéutico se trata. Acostumbrados a ver a las mujeres como seres de inferior categoría, quienes se autodenominan defensores de la vida, se olvidan que las mujeres estamos vivas. Y supeditan una vida en ejercicio pleno a una potencial. Las confusiones, que deseo pensar son de buena fe, han llevado a muchos a decir que se busca eliminar a los bebés que puedan venir con problemas de salud. ¿Pero acaso es el síndrome de Down incompatible con la vida? No. ¿Lo son la discapacidad visual, auditiva, motriz? No. De eso no es que hablamos. Obligar a una mujer llevar 9 meses dentro a un ser que no sobrevivirá el parto es inhumano. De eso se trata la excepción planteada por el Ejecutivo. Imponer que cargue el fruto del mayor ultraje posible a su dignidad, una violación es tortura. De eso es que estamos hablando. Forzarla a que muera para salvar -tal vez- una vida en potencia, que puede igual perderse, a costa de la suya dice mucho de lo que esos grupos piensan de la mujer.
