UMBRAL
No es panza, es pansa
“Fue metal” es un poema que escribí en mi adolescencia, cuando me hervía escribir sobre todo; cuando el desamor, el amor, la lluvia, la sequía; la espada ensangrentada de heroísmo, la bala disparada desde el hondo depósito de almas embutidas en escorias; cuando la naturaleza viva, cuando la naturaleza agonizante y muerta y resucitada, y las mariposas y los gusanos y los objetos inanimados atropellaban sus mundos en un estallido de palabras que emergían como rayos y lloviznas.
Una tarde, un solar baldío, rebelde y desafi ante, arropado en la maleza, me mostró como trofeo una lata vacía y abandonada, corrompida por la intemperie. Mis versos, adolescentes como yo, descompuestos en mi interior, navegando en un mar de letras y sílabas y palabras, se organizaron en torno a ella, a la lata, para describirla desde que se engendró hiriendo la tierra para crearla, hasta el estado de aquel presente agónico que comenzaba a marcar la descomposición y la vuelta irremisible a la tierra, al polvo, a las rocas, a las aguas y al viento.
Justo al lado del “erial”, una estructura de cemento se levantaba. Era una majestuosa casa colmada de ventanas y preñada de habitaciones, iluminada como el exterior. En ella vivía una hermosa mujer de piel de luna y ojos de “pansa blanca”. Siempre sonreía, más de lo debido; amaba a los niños, corría con ellos, cantaba con ellos, soñaba con ellos, moría por ellos y ninguno era de ella. No podían serlo. Su cuerpo angelical y de manzana fresca guardaba en sus entrañas un terreno yermo, un alma que se oxidada entre la maleza de su interior vacío, y aunque seca, atacada por una pertinaz y corrosiva “jarina”.
La lata abandonada a la intemperie, y su alma, arrojada a la muerte, comenzaron a conjugarse en mis versos y a dar vida al “ser” metálico, y muerte al “objeto” vivo: “Fue metal crudo primero/ y dormía perdida/ entre rocas húmedas/ era un embrión sin vida/ frío y bruto/ que manos metalúrgicas/ y roncas máquinas/ ordeñaron a la tierra… Le moldearon/ como materia prima/ para estilizar su multiforme cuerpo/ y hacer de ella un hermoso/ cilindro hueco/ una panza para guardar/ un espeso líquido rojo/ que vistió descascaradas tejas…”.
Como pueden ver, el verso de mi adolescencia decía “una panza para guardar”. Pero revisando antes de su publicación el poemario “Cuando las palabras copulan”, que tiene como puerta de entrada, al mundo que se me ocurrió construir, el poema en cuestión, pensé que “panza” no era una palabra poética si con ella pretendía referirme también a aquella mujer con abdomen frutal. Recurrí al diccionario tratando de buscar una acepción amigable, pero no la había, y sí encontré lo que necesitaba, otra palabra que, con la diferencia de una sola letra, daba igual sentido al verso y no agredía a mi “objeto vivo”. Entonces escribí “una pansa para guardar”, porque siendo ella frutal, guardaba vino en su interior, pero tinto como su sangre vital.
