Tiempo para el alma
“Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna”. Jn. 6: 27. Como seres humanos de carne y hueso tenemos necesidades físicas, orgánicas. Las tenemos también intelectuales; buscamos ampliar conocimientos, ser más capaces y competitivos. Lo material lo suplimos con lo material; ambos, nuestro cuerpo físico y todo aquello con lo que lo satisfacemos, son perecederos. Caducamos, mis queridos lectores, como los enlatados, como las medicinas, como las frutas; aunque la desconocemos, tenemos fecha de vencimiento. Sin embargo, no advertimos otra necesidad, una superior: la espiritual. Ese intangible no perece, trasciende nuestra carne, nuestros huesos y permanece más allá de lo desconocido. Esa necesidad espiritual se sacia con espiritualidad. El alimento cierto es el que nos prepara para la vida nueva, nos la da y la enriquece: el Espíritu Santo, la promesa divina que se hace real con la fe y con nuestro accionar sincero y coherente con las enseñanzas de Jesús.