Al político de nueva generación

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Ricardo Pérez Fernández@Ricardoperezfde

Serlo, no es una categorización que se circunscribe única y exclusivamente al factor edad; ni a una destreza innata en el manejo de las nuevas tecnologías, y en los instrumentos que integran la comunicación 2.0; ni a la utilización de un lenguaje moderno que sintonice con la nuevas progenies. Pero tampoco a lucir físicamente atractivo; ni al dominio de múltiples idiomas; ni a poder exhibir diversos diplomas colgados de una pared que grita con altivez “He aquí mi preparación”. No. El sello distintivo del político de nueva generación es unifactorial: el entendimiento pleno de la nueva dinámica del poder, y su actuación en consecuencia. Gobernar hoy, es más difícil que nunca. La fragilidad del poder se palpa a lo largo y ancho del planeta, y se escenifica tanto en democracias consolidadas y enraizadas, como en las incipientes y en fase experimental. Vivimos en una etapa sui generis para el modelo de gobierno por excelencia. Estamos, simultáneamente, atestigüando una evolución y una involución de nuestro sistema democrático. Evolución, porque vemos como los gobernados no se conforman con su condición de espectadores, y exigen como nunca antes, información, participación y rendición de cuentas; pero no ya al vencimiento de los ciclos electorales, como siempre había sido, sino, en tiempo real. Los gobernantes que no tengan la agilidad o la inteligencia de adaptarse, hierven agua para su propio salcocho. Sin embargo, también observamos una involución del sistema. Cuando nos remontamos a la cronología evolutiva de los modelos democráticos, desde su concepción filosófica, hasta el advenimiento de la democracia moderna traída por la revolución de 1776, advertimos algo curioso: retrocedemos. Lo que hasta hoy era una democracia representativa, transmutada a una democracia participativa, ahora adquiere perfil de democracia directa, es decir, una en la que todo el mundo quiere decidirlo todo --como en la antigua Grecia-- prescindiendo del discernimiento y de la especialización reservada históricamente a la clase gobernante. Estos son nuestros tiempos. ¿Donde falló la clase política tradicional? En no adaptarse con prontitud a esta nueva realidad. En no comprender que a la política de hoy se viene de paso. En no entender que por más incisivas que sean tus habilidades maquiavélicas, el poder político no puede ser más que un medio, ya jamás un fin. Pero, ¿Entienden esto los autoproclamados políticos de nueva generación? ¿Asimilan que el relevo generacional ya no puede consistir simplemente en suplantar a los anquilosados en el poder, por otros --más jóvenes, eso sí-- que por igual aspiran a perpetuarse en él? Lo que observamos en nuestro país en la mayoría de los políticos de nueva generación mueve a preocupación. Aspiran a ascender a posiciones de poder, y para ello vindican la divisa de “una nueva forma de hacer política”. Sin embargo, lo que se observa en muchos es una retorcida tergiversación al concepto schumpeteriano de “destrucción creativa” aplicándolo al revés, dando paso a la “creativa destrucción” de los adversarios como forma de escalar. Quien se comporta así demuestra, entre muchas otras desgracias, no entender esta nueva fase de la democracia. La política va cambiando, y va asignando mayor preponderancia a cuestiones de fondo, en lugar de forma. La nueva y expandida clase media, una que se niega a retroceder en la escala socioeconómica, exige propuestas concretas y vigila celosamente su ejecución. Vivimos en la era de la política como coliseo hostil, hasta para el más digno de los gladiadores. Esta superficial reflexión va dedicada, con preocupación, para aquel político de “nueva generación” que malinterpreta la razón de las movilizaciones, y cree que ellas se presentan como un caldo de cultivo ideal. Recuerda: No se movilizan porque te quieran a ti, se movilizan porque no quieren querer. El auto es economista.

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