EL CORRER DE LOS DÍAS
La desaparición de nuestras tradiciones
En verdad no sabemos cuál es el nivel y porcentaje de desaparición de nuestras tradiciones. Ni siquiera sabemos cuáles de nuestras tradiciones identitarias corren el riesgo de derretirse en el fuego de la globalidad. Puesto que la globalidad es impredecible igualmente su influencia. No tenemos ideas de cuáles tradiciones identitarias siguen siendo funcionales. Necesitamos por tanto de estudios profundos para determinar el impacto de la brecha digital sobre nuestra cultura. Nuestra Secretaría de Estado de Cultura debería enfocarse hacia el fenómeno de la desidentidad como antivalor que nos amenaza. Debería haber programas en tal sentido, programas profundos de creación de capital humano para este renglón del desarrollo, más allá de las adecuaciones folklóricas y de las tantas repeticiones del espectáculo. Hoy, aquello que llamaran ocio Veblen y Dumazedier, y los otros tantos filósofos que han tocado el tema, no se entiende sino clasificamos de nuevo el concepto. Produzco y me entretengo, podría ser una frase ilustrativa. Uso mi tiempo libre para producir. Mi ocio es mi nueva forma de trabajo. Estamos al borde de una filosofía del ocio inducida por las variables de las nuevas tendencias. La cultura global transforma y puede darnos otros tipos de recreación. El gusto cambia rápidamente los modelos de recreación, muchos de los cuales serían autónomos y personales en muchos casos, parecidos a los “hobbys” pero más productivos que éstos. Creemos que la modernidad ha sido un factor fundamental en la desaparición de identidades locales tanto en América como en muchos otros puntos del globo. El paso cada vez mayor del gusto de las ruralidades al de las zonas urbanas, el crecimiento de las ciudades, el acceso casi masivo a la televisión y a una radio de mayor alcance, golpeó notablemente en países como República Dominicana las tradiciones y el folklore que en muchos casos eran históricos. Muchos países americanos como el nuestro vivieron la tradición mestiza, hispana y africana. Las influencias migratorias llegaron y se insertaron, eran influencias directas. Pero las indirectas, montadas en los procesos de globalización aportaron cuotas nuevas e incontrolables, sin manera de defensa para los países abiertos para concursar en las nuevas fases de la cultura. Hasta entrada la mitad del siglo XX muchas tradiciones urbanas, rurales mestizas fueron formas de la cultura precapitalista que comenzaban a ahogarse en las aguas de nuevos afluentes. Todavía en los años 30 investigadores de nuestras tradiciones recogían miles de formas locales. Manuel José Andrade, Flérida de Nolasco, Edna Garrido de Boggs, Manuel de Jesús Mañón Arredonde y Fradique Lizardo lo hicieron de modo intensivo, lo mismo que Manuel Rueda, cuya cultura abarcó casi todos los generos literarios y musicales. Con mucha suerte trabajaron para rescatar parte del pasado folklórico, del cual las migraciones a las ciudades, los medios escritos y radiales, han respetado parte. A los esfuerzos promocionales de entrar en el merrcado exterior usando de nuestros recursos musicales, vale señalar el abandono de ciertas músicas no mercadeables, y tendientes a la desaparición. Me refiero a la criolla, la media tuna, el carabiné, las músicas de trabajo, como el canto de hacha, las de la recolección, aquellas que como la mangulina daban inicio a las fiestas rurales y urbanas, y otras tantas expresiones que reforzadas que respaldadas podrían enriquecer su función social. Las expresiones étnicas como el bamboulá y la sarandunga esperan una reposición que salve su disminuida presencia, todavia importante. La tumba es aún un género rescatable. Transición y migraciónEn mi condición de hombre de la transición he visto cómo a partir de 1961 las migraciones rompieron el núcleo campesino que forjaban en sus comunicaciones familiares, momentos de rememoración y mantenimiento de identidades rurales. La muerte del dictador Trujillo produjo un cambio demográfico importante y la Guerra de Abril del año 1965 contra las tropas de los Estados Unidos que invadieron República Dominicana, consolidó una nueva cultura migratoria, esta vez hacia el exterior, dando paso a una nacionalidad doble que sigue ligada a los valores dominicanos en lo relativo a las primeras generaciones. El cambio de localidades actuó contra los escenarios de la cultura tradicional. Casi de improviso, con la dispersión familiar rural, se produjo la ruptura urbana de viejos juegos de orden colonial y de entretenimientos tradicionales que persistieron hasta los años cincuenta. Habría que hacer un largo recuento, pero remito a mi ensayo titulado Santo Domingo, Tradiciones, Juegos y Modernidad, publicado por Codetel dentro del libro “Santo Domingo, Elogio y Memoria de la Ciudad”. Pretendo que la casi brusca eliminación social auspiciada por los hechos citados, generó un proceso de desidentificación, pero además, un golpe severo a las relaciones infantiles, puesto que la mayoría de los juegos se basaban en actividades colectivas en las que las relaciones culturales y vitales eran fundamentales. El camino hacia los juguetes electrónicos, o los juguetes importados, hechos en serie, golpearon las artesanías locales. En estos momentos, tras un largo trayecto de todos conocidos, el Internet, los juegos electrónicos, la nueva cultura ciberespacial no necesita de la tradición terrestre, ni la necesita el infante, o el adolescente, que transforma en su compañero de juego la pantalla de la televisión o la computadora. Un alter, un otro simulado, sustituye el cara a cara de nuestra cultura. Las diversidades culturales, producto de un largo proceso histórico aun mal estudiado, se resienten. El juego callejero, cortado por el creciente urbanismo sobrevive aún en barrios aislados y entre la clase más pobre. Sede de muchas tradiciones urbanas, lo que he llamado barrialidad, muere con el crecimiento de los modelos electrónicos. La barrialidad quedó sepultada por el creciente número de ensanches, donde la tradición no persistió. La barrialidad se integraba, hasta más allá del siglo XIX para establecer bases culturales que eran una especie de diversidad al interior de la propia cultura, del propio modo de vida general.