MUCHACHOS CON DON BOSCO
Estoy mal, pero feliz
¡Cuántas personas maravillosas hay en el mundo! Continuamente encontramos testimonios de ello. Es muy hermoso destacar estos hechos porque nos estimulan a acrecentar esta corriente de bondad en nuestra sociedad. Me estoy refiriendo al padre salesiano Rafael Fernández. Un hombre que ha hecho de su vida, un testimonio de entrega y generosidad, para todos los que lo hemos conocido. Su vocación misionera, por la que un día dejó “todo lo suyo” para entregarse a “todo lo de los demás”, ha caracterizado completamente sus acciones y proyectos. Siempre dispuesto a ir donde le encomendasen una misión, siempre encarnado, profundamente, en la realidad de su trabajo al lado de la gente, siempre dispuesto a embarcarse en nuevas aventuras como un hombre visionario, siendo siempre testimonio de una fuerte espiritualidad. Al hacer que su vida haya sido un “ser para los demás”, le ha llevado a ser constructor de colegios cuando veía niños sin escuela, a levantar puentes cuando un ciclón dejó incomunicado a un pueblo, a pasarse horas confesando para ser portador de la misericordia de Dios, a meterse en una carrera de estudios, a una edad avanzada, para estar capacitado para la misión, a ser maestro de novicios para preparar salesianos de las Antillas, a jugar con los muchachos en el patio para ser su amigo y llevarlos a Dios. El carisma de Don Bosco lo cautivó totalmente y por eso entregó su vida con toda generosidad a los muchachos más humildes. La palabra “Oratorio” era para él, la palabra mágica que hacía vibrar las más íntimas fibras de su cuerpo y de su alma. Su obsesión fue siempre estar con los muchachos en el patio. El P. Rafael, fue, también, un permanente promotor vocacional. Recorrió miles de kilómetros para llegar a todos los rincones de la República Dominicana buscando jóvenes para hacerles la propuesta de “ser salesianos”. Acompañó a las diferentes ramas de la Familia Salesiana, como animador vocacional y las orientó con su testimonio y sus sabios consejos: sus queridos exalumnos, sus queridas voluntarias de Don Bosco, su querida Asociación de María Auxiliadora, sus queridas misioneras parroquiales, sus queridos salesianos cooperadoresÖ Cuando le llegó el momento de la enfermedad asumió la mejor actitud: colocarse en las manos de Dios, poniendo en Él toda su confianza. Cuando le preguntaban cómo se encontraba, respondía: “Estoy mal, pero feliz”. Bello testimonio, asumiendo la dureza de una enfermedad cruel como es el cáncer, con una actitud de felicidad por estar con total confianza en Dios, entregando la vida como un don por los jóvenes pobres, abandonados y en peligro. En los últimos días, su habitación se convirtió en lugar de peregrinación, en espacio de oración, en casa de amistad, en santuario de fe. Y, desde ahí, el 2 de julio, el P. Rafael, se nos fue al cielo. ¡Gracias, P. Rafael, por tu testimonio de vida!