PENSANDO
Estridencia vs música
La estridencia es el vehículo de la incapacidad. Gritar, resaltar y querer trascender a cualquier precio, es la principal característica de la mediocridad. En ella, la poesía no encuentra sublimidad y sus expresiones no encuentran paz. Las distorsiones musicales obedecen a la búsqueda desesperada de un espacio en un mercado habitado por ciegos del alma y corazones sin oídos, que divorciados de los matices, colores y armonía musical, navegan tocando la irrealidad de la realidad. El “440” del afinamiento lo convierten en agresividad en los tonos musicales del pentagrama y las letras están cargadas de pobreza literaria. La música, más que terrenal, es una expresión de ese espíritu intangible capaz de reflejar en los sonidos una energía catalizadora de bienestar divino. Hoy la estridencia nos ahoga en nuestros hogares ya que no entienden que el que más grita menos oye, porque en la modulación de los decibeles las ondas son captadas en la aguda membrana timpánica, para filtrar, libre de impurezas y desentono, un bálsamo de estimulante armonía musical a nuestro noble cerebro, director de nuestras emociones. La música es el sueño del corazón humano, fruto del dolor, flor de alegría, fragancia del sentimiento, lengua de los amantes, reveladora de secretos, madre de las lágrimas del amor oculto, inspiradora de poetas, compositores, arquitectos. La sabiduría es la única riqueza que no nos pueden despojar, solo la muerte puede apagar la lámpara del conocimiento que arde dentro de nosotros. Apreciar la música es parte de esa sabiduría, y en ella está la verdadera riqueza de un pueblo. ¡Oh música!, en tus senos depositamos nuestros corazones y nuestras almas. Tú nos has enseñado a ver con nuestros oídos y a oír con nuestros corazones. Hoy entrego estas líneas a los que, a través de la música, han llenado nuestras almas de esa riqueza de espíritu, que solo se logra apreciando su belleza interpretativa.