Tiempo para el alma
“¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. Jn. 20:29. Si no hace el milagro frente a mí no lo creo. Si no camina ante mis propios ojos no lo creo. Mientras no hayan pasado años para yo ver su cambio, no creo que haya decidido tener una nueva vida. Mientras no tenga en mis manos el reporte médico, no lo creo. Mientras no lo vea sobrio por un tiempo, no creo en su recuperación. ¡Hasta que no vea que el hambre haya desaparecido de la faz de la tierra no creo!... Insensatos, incrédulos, suspicaces, arrogantes, soberbios, evasivos, ingratos... “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo” (Jn. 20: 25); no somos tan diferentes a Tomás. Ver para creer es usualmente la ‘filosofía’ del ser humano. Olvidamos que el poder de Dios es ilimitado, que su misericordia es irrefutable, que su acción es perenne. Pensamos en función de nuestra pequeñez, cuando tenemos un Dios para el que absolutamente nada es imposible. Unámonos a la dicha de creer, simplemente creer; el ver vendrá por añadidura.