Tiempo para el alma

“Si oyeran hoy su voz, no endurezcan sus corazones”. Heb. 3.4. Los padres solemos reclamar a nuestros hijos que nos escuchen, que presten atención cuando les hablamos y que actuemos conforme a lo que les hemos dicho o indicado. Podemos llegar más lejos: cuando les hablamos les exigimos que nos miren a los ojos en total y absoluta obediencia. Dios, mis queridas y queridos lectores, nuestro Padre celestial, nos habla a diario y muchas veces no lo escuchamos; reclama nuestra atención y nos hacemos los distraídos; nos pide que lo miremos a los ojos y desviamos la mirada. Quizá no nos diga de manera audible que estemos atentos a su mensaje, pero nos lo hará saber de alguna manera. Seamos como hijos obedientes y fijemos la vista en nuestro Dios; pongamos oídos atentos a su mensaje y un corazón dispuesto a hacer su voluntad.

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