FIGURAS DE ESTE MUNDO

Una carta de Duarte

En los momentos en que la búsqueda de ayuda en Venezuela para la independencia había sido infructuosa, cuando está, además, abatido por la reciente muerte de su padre, Juan Pablo Duarte escribe, el 4 de febrero de 1844, una carta significativa a su familia, a sus seres más queridos. La misiva fue dirigida a los suyos, pero sus palabras pasaron a las páginas perennes de la historia. Duarte les indica a su madre y hermanos que el único medio de reunirse con ellos era independizar a la patria. Les pide un sacrificio extremo a los que estaban unidos a él por amorosos lazos de sangre. “Ofrendemos en aras de la patria -dice- lo que, a costa del amor y del trabajo de nuestro padre, hemos heredado”. Comprometido en lo que atañe a él, hace una promesa memorable que es testimonio de su entrega, fe y sentido común. “Independizada la patria -prosigue-, puedo hacerme cargo del almacén, y, heredero del ilimitado crédito de nuestro padre y de sus conocimientos en el ramo de marina, nuestros negocios mejorarán y no tendremos que arrepentirnos de habernos mostrado dignos hijos de la patria”. En verdad, Duarte fue una rara “inteligencia noble” que hizo del quehacer político una pura y digna profesión. Su nobleza consistió en convertir su causa en algo superior a sí mismo. Cumplió su misión como si efectuara un acto sagrado, como si rindiera un servicio directo a Dios. Por esta razón, en su postura parecía seguir, a pie juntillas, el consejo de San Pablo: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para Dios, y no para los hombres”.

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