Apostemos a un nuevo orden nacional

La Carta Pastoral difundida por la Conferencia del Episcopado Dominicano, con motivo de la celebración del Día de la Virgen de la Altagracia, desnuda una vez más la situación que en diferentes ámbitos envuelve a nuestro país. Son múltiples las medidas y decisiones que hacen falta adoptar para enfrentar los males denunciados por nuestra Iglesia Católica con sobrado fundamento. Sin embargo, parece que estos planes no figuran en la agenda de los compromisos considerados urgentes por las autoridades gubernamentales. Y no creo que tengamos muchas esperanzas, pues, como hemos dicho en ocasiones anteriores, necesitamos un cambio de mentalidad y comportamiento de la clase política local. Una nueva forma de hacer las cosas. Así de simple. Es que no se trata de aprovechar las zafras electorales para mentir sin descaro con discursos repetidos y vacíos; incoherentes con la realidad que nos ocupa. La experiencia consabida nos demuestra que una vez ascienden al poder, los políticos de nuestro país gobiernan de espaldas a las responsabilidades prometidas. Más que gobernar en sintonía con las necesidades y aspiraciones ciudadanas, lo hacen para satisfacer egos y caprichos personales y para honrar compromisos contraídos con los contribuyentes o inversionistas de campaña. La Carta Pastoral, más que decirnos lo ya conocido, nos recuerda que vivimos en una nación donde la violencia, la mediocridad y el oportunismo político compiten con la precariedad de los salarios y servicios básicos; con el déficit en materia de educación y sanitaria, haciendo de esta media isla un círculo vicioso sin fin y colectivamente desalentador. Estamos de acuerdo en que urge la aplicación de un proceso de transformación serio y con visión de futuro; un plan de renovación nacional apartado de decisiones cortoplacistas que solo pretenden el aprovechamiento partidario de la fuerza política gobernante. Nadie pone en duda esta idea. Todos hablan de la necesidad de encaminar una nueva era de cambios, con la participación desinteresada de todas las organizaciones políticas, de la sociedad civil, la iglesia y demás sectores organizados. Pero el concepto de plan de nación aparece en momentos en que las coyunturas políticas nos obligan a escuchar una y mil veces ese discurso enajenante y simulador. Se requiere de una férrea voluntad política para desarrollar esta tarea de alcance nacional. Por ello es fundamental que desde el Estado se actúe con determinación y valentía, para encarar la situación aludida por los obispos y que afecta a más de nueve millones de dominicanos. Aquí hablo de reformas institucionales necesarias en el sector educación, laboral, salud, de la justicia. Igualmente, trabajar en la formación moral de nuestras familias, punto de inicio para garantizar el éxito de este proceso transformador. La sociedad del futuro será el resultado lo que desde nuestras propias familias seamos capaces de hacer y lograr. Ardua labor la que tenemos por delante. Sin embarrgo, no podemos perder ni un solo minuto para adoptar una serie de medidas imprescindibles para triunfar en este propósito fundamental de alcanzar el verdadero desarrollo integral de nuestro país. Estoy convencida de que todos juntos, aportando lo mejor de cada uno y confiados en la ayuda de Dios y nuestra Protectora, la Virgen de la Altagracia, podemos hacer posible la República Dominicana que anhelamos, cimentada en un nuevo orden nacional que haga beneficiarias a las nuevas generaciones, sin exclusiones ni privilegios.

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