Don Enrique Peynado
Hay figuras que a medida que pasa el tiempo más resplandecen sus acciones como ejemplo de laboriosidad, capacidad y servicio. Personas cuya impronta se aprecia más por el contexto en que les correspondió dar unos pasos tan extraordinarios que podía pensarse que estaban tocadas por una gracia divina. Una de esas personas era don Enrique Peynado Soler, quien, además de un verdadero caballero, era un ejemplo de trabajo. Muchos de los que tuvimos la oportunidad de conocerle y tratarle jamás nos explicamos la razón por la que este hombre, nacido en el seno de la oligarquía, era tan humilde y trabajaba con tanta dedicación. Don Enrique era hijo del licenciado Jacinto Peynado, un prominente abogado que fue de los autores del tratado Hughes-Peynado, para la evacuación de las tropas norteamericanas que del 1916 al 1924 mancillaron la soberanía. También fue Vicepresidente y Presidente de la República. Sin embargo, don Enrique tenía como filosofía que el hombre, como dice el pasaje bíblico, tenía que ganarse la vida con el sudor de su frente. Trabajaba sin descanso y tratando de encontrar siempre la vuelta, con una serenidad que conmovía, a cada uno de los problemas que se presentaban. Como tuve la oportunidad de trabajar con él como asesor legal de la Delta Comercial, puedo dar testimonio de su dedicación y laboriosidad. Durante años fue Presidente de Atlas Comercial, que se dedicaba a la importación y venta de diferentes marcas de vehículos; pero en 1962, fundó con su desaparecido hijo Jacinto, la Delta Comercial. Aparte de un padre de familia responsable, que inculcó a sus hijos la vocación de trabajo, don Enrique fue un gran amigo y otro compañero de trabajo para sus empleados. A todos los trataba con respeto y cariño, como si también fueran parte de su familia. El tiempo ha pasado, pero quienes lo conocimos y tratamos nos sentimos con una deuda de gratitud con un hombre que irradiaba seguridad y confianza e inspiraba los más nobles sentimientos. Siempre lo recuerdo por su nobleza, por el buen trato a sus empleados y por el gran amigo que fue. Don Enrique, no debe ser olvidado. Merece un reconocimiento de las autoridades, del Ayuntamiento del Distrito o del Congreso Nacional, por sus aportes al desarrollo de la economía y por ende de la nación. Descanse en paz, buen hombre.