Cuando las hormigas se quieren morir...

La Sociedad dominicana se caracteriza por su propensión a la división y al grupismo, comportamiento que se expresa desde la más encumbrada organización social o empresarial hasta en la más modesta junta de vecinos. Lo que ocurre en el Partido Revolucionario Dominicano es producto de esa patología social agravada por la proverbial vocación divisionista que arrastra el perredeismo desde su nacimiento como si se tratara de una maldición gitana. El resultado más palpable de esa infame propensión a la garata interna es que el PRD apenas ha gobernado 12 de sus 73 años de existencia, a pesar de su raigambre popular y de su invalorable aporte a la democracia con una elevadísima cuota de sangre y un martirologio interminable. Lo que ocurre ahora es un caso extraño, porque la experiencia le ha enseñado a los perredeístas que sólo la unidad interna les conduce a ganar elecciones. Así ocurrió en el 1978 y en el 1982, y más recientemente en el 2000, cuando el propio Hipólito Mejía fue capaz de salir personalmente a recoger los heridos de aquella contienda interna, de tocar cada puerta y de llegar a cualquier acuerdo con el fin de articular alrededor de su proyecto presidencial todas las fuerzas internas sin importar las diferencias que hubieren surgido en el proceso. En el l977, tras las Novena Convención que amenazó con la división del PRD en tres grandes polos, Antonio Guzmán y Pena Gómez se tiraron a la calle a subsanar heridas y ofrecieron a Majluta la candidatura vicepresidencial y a Jorge Blanco la presidencia del partido y la senaduría de la capital. Meses después el PRD barrió en las elecciones. En la convención del l981 fue a Jorge Blanco a quien correspondió repartir el poder, concediendo a Majluta la presidencia partidaria y la senaduría de la capital. Esas elecciones, celebradas el año siguiente, también fueron un paseo para el PRD. Todo lo contrario ocurrió cuatro anos después cuando la convención del Concorde terminó como la fiesta de los monos. Esa división entre Majluta y Pena Gómez sacó al PRD del poder durante 14 años. Pero esa experiencia no sirvió de nada a pesar de que fue el mismo candidato de hoy quien propició la unidad interna que viabilizó el triunfo del 2000. Por eso resulta tan extraño que Mejía mantenga una actitud díscola en contra del presidente de su propio partido, el ingeniero Miguel Vargas Maldonado. Más extraño resulta todavía que sea el propio Hipólito quien en esta oportunidad haya actuado de forma tan diferente. Y ya no sólo porque carezca de la voluntad o de la capacidad para acercarse a Miguel Vargas, sino que fuera el propio candidato quien destapara el avispero que ha llevado las diferencias perredeistas al primer plano del debate nacional. Y es que si bien la no integración de Vargas a la campana de su partido constituía por si misma un ruido disonante en el escenario político, lo cierto es que ambosócandidato y presidente del PRDóhabían actuado con notable prudencia en el propósito común de ocultar sus diferencias. Uno estaba en su campaña lanzado a “la calle del medio”, y el otro atendiendo los asuntos “institucionales” del partido. No sería la primera vez que eso pasara pues el caso más reciente y particular fue el de Danilo Medina, quien nunca se integró a la campaña de Leonel en el 2008 y sin provocar ruido mantuvo una distancia prudente del proceso. Evidentemente hoy recoge los frutos de esa actuación. Claro, a Danilo nunca se le agredió desde el litoral leonelista. Miguel, que parecía estar en esa misma actitud, trabajando en su partido los temas institucionales y la mayoria de su gente trabajando con la candidatura, acaba de ser sacudido por la destemplanza de Mejía. Y si bien Vargas y su gente nunca fueron integrados de la forma que disponían los protocolos firmados, y a pesar de haber sido maltratados, excluidos y en muchos casos hasta amenazados, nadie de ese equipo hizo ruidos innecesarios, atendiendo a la importancia que sobre las diferencias internas tendría un fin mayor: ganar las elecciones en mayo. Sin embargo, de la nada, y en unas declaraciones que no parecen espontáneas, Hipólito Mejía la emprende contra Miguel Vargas colocando la Historia como su juez, insinuando que una posible derrota suya sería responsabilidad del presidente perredeista, lo acusa de no haber accedido a reunirse, pues dice haber hecho de todo para provocar ese encuentro. Y lo que es peor, hace una insinuación perversa sobre el manejo de los fondos del partido sabiendo que Miguel antes que beneficiarse de recursos del PRD ha ido a ese partido a aportar lo suyo, cosa que han hecho muy pocos políticos en este país. Pero además, Vargas ha invertido su tiempo y su patrimonio para rescatar al PRD después que Hipólito fuera desalojado del poder dejando a ese partido maltrecho económicamente y muy mal situado en la aceptación popular. Hipólito sabe que el dinero de la Junta no alcanza ni para una campaña interna, y que ha sido Miguel quien ha mantenido durante los ultimos siete años al PRD, mientras él y su grupo de favorecidos de su gobierno se fueron a las montañas sancristobalenses a comer mangos y jugar dominó. Cuando hizo su acusación el pasasdo martes en televisión, Hipólito sabía que Miguel no se iba a quedar con esa. Que una insinuación tan calumniosa no la aceptaría un hombre a quien conoce familiarmente y de quien sabe saldría a defender su dignidad y el honor de su familia. Sabía que sus declaraciones traerían respuesta y por lo tanto que un conflicto que se había manejado a puertas cerradas, saldría a la luz pública y consuecuentemente sería utilizado por sus adversarios para presentar al PRD como un partido díscolo, levantisco, camorrero y caótico, incapaz de conducirse con armonía interna, y por tanto de gobernar bien. Y sabiendo que esa es una de las debilidades perredeistas, Hipólito tenía que saber el daño que esto le causa a su campaña. De ahí que hay quienes afirman que Hipólito y sus estrategas saben cosas que el común de los dominicanos somos incapaces de ver o advertir, y estamos ante la única campaña en el mundo que estaría definiendo estrategias a partir de la división de la plataforma política que le sustenta. De no ser así, estamos ante un patético caso de soberbia y torpeza. Y eso nada lo describiría mejor que el refrán campesino que dice: “Cuando las hormigas se quieren morir, alas les quieren salir...” Y eso, para no contarlo en su versión más vulgar. Porque esa muerte tambien se puede escribir con J.

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