Por un subsidio cultural

En septiembre del 2010 el Gobierno de Argentina estableció, a través de la Secretaria de Cultura, un programa de subsidio cultual, con el propósito de democratizar el acceso a la producción y consumo de los bienes culturales. Y hemos recordado esa decisión del régimen argentino al leer la pasada semana en la prensa nacional la posibilidad de que las librerías Trinitaria, Luna y Thesaurus cierren sus puertas. La crisis, unida a la falta de incentivo a la lectura, los inconvenientes surgidos con la aplicación de la Ley del Libro y la falta de reglamento para ese instrumento, están a punto de sepultar las escasas librerías que nos quedan. A esto hay que agregarle la corriente que considera que el libro físico debe desaparecer para darle paso al libro digital. ¡Increíble! Para aquellos a quienes nos gusta y deleita la lectura nos resulta imposible pensar que una pantalla o una tableta podrán sustituir el placer de acariciar las paginas de un libro, a las que resulta difícil sucumbir ante un apagón y no corren el riesgo de que se les borre la memoria o que puedan ser asaltadas por un hacker. Y se nos ocurre pensar que en un país como el nuestro, donde se subsidian tantas cosas que no reditúan beneficio alguno o que tienen escasas ventajas, bien podría el Gobierno del Presidente Leonel Fernández, contemplar la posibilidad de establecer un subsidio cultural que no solamente evite el cierre de las librerías sino que también incentive la industria del libro criollo y beneficie a los intelectuales dominicanos. Leyendo la Ley del Libro advertimos que, en lo que al libro atañe fue concebida pensando en el desarrollo de la industria editorial y las librerías, pero, tal como hemos expresado, por la falta del dichoso reglamento, estamos hundiendo nuestra industria y con ella a las tiendas. Lo peligroso de esta situación estriba en que algunos funcionarios del Ministerio que patrocinó esta ley, aunque no su titular, se limpian echándole la culpa a los libreros, que no tienen fuerza para el dichoso reglamento, acusándolos de que “su falta de modernización” es la culpable de la situación que atraviesan. ¡Qué absurdo! En los libros perdura todo; el conocimiento, la historia, el ingenio, la imagen de los hombres y los pueblos. El libro es voz viviente, es inteligencia, lo que nos permite volar sin tener alas. El libro libera, educa, enseña, templa, aconseja. Ojalá el Presidente de la Republica, lector voraz, apasionado por la lectura, intervenga en esta situación y busque una salida a las librerías que hoy languidecen. Recordemos el proverbio hindú que expresa que “un libro es un cerebro que habla; si está cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona y destruido un corazón que llora”.

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