EL CORRER DE LOS DÍAS

Tarjetas navideñas

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

¿Milagro?En memoria de Franklin.Abrió lentamente su mano y me dijo, tal vez recordando los poemas de Mieses Burgos: te regalaré un árbol lleno de pariciones, y serás bendito mientras logres que sus frutos perduren. Entonces me entregó una semilla brillante como la caoba lustrada y comprendí que de la misma podría emerger el tipo de árbol que yo deseara. Fue cuando decidí sembrar mi voz “en la carne del viento” y esperar a que floreciera un árbol del cual nunca supe el verdadero nombre y del que en vez de canciones, sólo pude cosechar memorias ajenas. Descenso Para Pedro Vergés “enllave” de Santa Claus.Lo que a primera vista parecía un pañuelo rojizo descendió a una distancia tal que para llegar al mismo me costó andar millas y millas. Cansado, ya rasgado por espinas y zarzales, pero animado por la curiosidad que siempre me acompaña, llegué al lugar y me di cuenta de que se trataba del paracaídas de Santa Claus; lo supe al ver las iniciales “S.C., made in Usa”, comprendiendo entonces que el mismo había abandonado el clásico trineo por algún aparato volador destruido a su vez por el disparo errático de algún militar que fusilaba el aire celebrando las fiestas navideñas. Una bala perdida, encontrada cerca de Los Mameyes lo confirmó. Encontré al viejo Santa en una choza, más bien en un bohío de gente pobre, yantando pan con café, y tras una carcajada que luego estuvo largo tiempo de venta en La Margarita, me recibió con esta frase: hijo, ya no puedo más, creo que Malthus tenía toda la razón, la gente se reproduce sin filosofía que detenga las noches de placer que dan las pastillas. La pela sigue, creo que la química sexual me matará porque el cansancio es el peor de los acicates para el sueño. Los chinos han superado los mil trescientos millones de habitantes y si esto sucede en los países llamados occidentales, me moriré de fatiga cargando pendejaditas grandes y pequeñas. No sé si la vieja Belén aún entrega regalos. Aquí en este hogar campesino se sorprendieron al verme disfrazado casi de viejo reformista, y un niño, con inocencia política, me preguntó: ¿Señor, estamos en el Carnaval o es que tiene frío? No supe contestarle porque me dio la impresión de que ni me conocía, de que ni siquiera el mejor de mis juguetes, perdidos en el vuelo, colmaría su pobreza. Sudando, al saberse la noticia, vino la ambulancia y me hicieron el cardiograma que decidirá si vuelvo a lanzarme en paracaídas. Saulo Para Herman Mella Chavier, amigo indisoluble.Para Saulo Cruz, divulgador del cariño, en Frankfurt. Por el camino hacia Damasco un tal Saulo de Tarso, soldado judío, perseguía las ideas de otro judío como si no fueran de la misma nacionalidad y religión. El de Tarso era medio ciego, pero la luz que le cegó totalmente por algunos momentos no fue más poderosa que la voz que escuchó en posible lengua aramea. Siendo el arameo la lengua de Jesús, de inmediato lo identificó. Aunque nunca le pudo conocer personalmente soñó y supuso cómo pudo haber sido. En tales sueños alguien le corregía la fonética y los temas de sus discursos. Aun siendo gago escribió cartas, dispersó mensajes leídos por alguno de sus acompañantes y cada vez más la ceguera lo llenó de luces y de sombras, mientras que su gaguera se convirtió en el evangelio de sus seguidores. CoraliaEn memoria de Chichito el de la avenida José Trujillo Valdez, el Monchín de la barra Payán y de la vieja Machana. Hubo una puerca llamada Coralia que huía del chiquero cada mes de diciembre, porque supo desde muy pequeña que la Navidad era aquel tiempo en el que quien echó fuera de sus predecesores los espíritus malignos, ahora permitía que su carne fuera grata a sus seguidores. La Navidad cristiana yantaba cerdos en todas las formas, y los análisis de la Gallup daban el 76 por ciento de sus estadísticas gastronómicas al uso de cerdos fritos, asados y hasta recalentados en memoria del Señor, quedando el pavo y el pollo asado a distancia considerable. Coralia no entendía por qué la fiesta dedicada al predicador de Galilea había involucionado hasta centrarse en el sacrificio de estos adláteres, los que no eran ovejos bíblicos ni cabras para el sacrificio usados al modo de alimentos puros. Odiaba con razones indiscutibles los chicharrones, las longanizas y las butifarras, las que le producían temblores con aquel olor de fritanga tan parecido al de las costillitas sazonadas para un debut de barbacoas. De algún modo conoció las odiosas ofertas de cochinillos lechales en el restorán español de un señor gordo, tipo cerdo, al que llamaban Sancho. (“Al buen comer le llaman Sancho”, decía la ingrata propaganda). Llegada a un pueblo lejano lleno de berridos, comprobó que las ovejas y las cabras formaban parte aún de las dietas de los propios pastores y que aquellas sectas judías prohibían aun la carne de cerdo por mandato bíblico, era lo que necesitaba y allí puso Coralia su tienda. Aunque le extrañara que en vez de la leche y quesos los pastores se comieran a los animales que criaban, se dio cuenta de que estaba a salvo porque a los cerdos se les acusaba de ser pasto del “maligno”. Pero un día la hechicera Nazarith predijo que nuevos cerdos colmarían de malas influencias a la comunidad, y se decretó su exterminio. Entonces Coralia, para que en ella continuara la leyenda, se fue al viejo derricadero donde el Señor había obligado a sus ancestros a lanzarse, y se suicidó creyéndose poseída por los demonios.

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