Hablar bien y acoger

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P. Gregorio MateuSanto Domingo

Nunca te canses de ponderar la virtualidad de la Palabra de Dios. De hecho, cada día, esta Palabra se convierte en mi alimento espiritual. No cabe la menor duda que una palabra fuera de lugar,inoportuna, ofensiva, puede abullonar una vida. En cambio, una palabra amable, acogedora, positiva, puede regenerar nuestro espíritu y saturarnos de paz. Las palabras violentas, despectivas jamás han recreado una vida agradable. Con expresiones ofensivas se abren heridas, se aplantan personas, se crean resentimientos, se provocan dolores que, más pronto o más tarde se vuelven contra nosotros. Vale la pena pensar en una piedra preciosa, un diamante o una joya de oro. Si se lanza con violencia a la cara, puede hacerle mucho daño y lastimarle el rostro. Si la envolvemos delicadamente, la ofrecemos con delicadeza, se convierte en un obsequio valioso que será recibido con agradecimiento. Las palabras revelan nuestro mundo interior. Por ello, es preciso cultivar y dar forma al amor, a la gratitud, a la verdad. Una palabra amable, da sentido a las cosas. Una palabra alegre puede iluminar el día. Una palabra oportuna puede suavizar el peso de la vida. Una palabra de amor puede curar y proporcionar felicidad. Una palabra irresponsable puede encender discordias. Una palabra cruel puede destruir una persona. Una palabra de resentimiento puede generar odios insufribles. Una palabra brutal puede herir, incluso matar. ¡Las palabras están vivas! ¡Bendicen o maldicen, alimentan o perjudican, salvan o condenan! De cada uno de nosotros depende hablar bien o mal. Cuida tus palabras y recuerda que tienen poder. Habla de tal manera que sean motivos de paz, nunca de crispación.

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