EL CORRER DE LOS DÍAS

Calfucurá, motivos del contrasueño

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

Todo viene a cuento porque pensaba que habría ríos nada griegos cuyas aguas en vez de borrar recuerdos, los avivaban, los hacían emerger. Ríos que pudieran ser la contrapartida del Leteo, donde con sólo penetrar en sus aguas desaparecía la memoria. Siempre me dije que un día los localizaría, pero nunca ocurrió. Sin embargo un sueño sin ríos, con sólo un nombre, me hizo entrar en recuerdos ajenos. En memorias sembradas en las páginas de Internet. Ignorante de que en la historia común más distante se entra a través de un recuerdo ajeno cuando uno busca datos, informaciones que crecen y se convierten en un importante venero de hechos desconocidos, lo inaudito en las vías electrónicas. Hace algunos días soñé que había llegado a un lugar donde amigos desconocidos hasta entonces me recibían con simpatía y preparaban cierto viaje de vacaciones hacia un “no sé dónde” llamado Arata. ¿Acaso se preparaba un viaje de aquellos que los creedores en el más allá más tierno llaman, “astral”? ¿Había la posibilidad de que existiese un río llamado Arata capaz de ser todo lo contrario del Leteo griego, borrador de memorias? No puedo describir rostros, sino confirmar el efluvio de una simpatía especial dormida en las calles de una ciudad con balcones que intentaban ser europeos y columnas que debieron en su momento ser modernas. Me pareció estar en Guantánamo, de calles largas y columnas de madera del siglo XVIII. Pero no. Las habitaciones, rematadas por celosías azules me abrazaban de modo tal que giraba sobre mí mismo, como un bailante meditabundo en los interiores de pisos maltrechos, más abandonados que antiguos, donde comencé a tener la impresión de que los personajes del sueño buscaban llegar a un lugar descrito antes en alguna crónica, y de que en conjunto el nombre que ahora afloraba en medio de todos era Arata, del cual no tenía noticias. Comprendía por cuenta propia que Arata no era un río, sino un pueblo semi abandonado que en sueños, no sabía por qué me salía al encuentro. No obstante, con obcecación me levanté buscando un río en la computadora, “debe ser un río”, me dije, pero no lo era. Según uno de los presentes era un pueblo perdido en que se podía permanecer por algún tiempo sin tropiezos. Más que perder la memoria, hacerla ondear en las rutas del silencio. Cuando llegué, por la vía electrónica, a Arata, entré en contacto con una temperatura emocional diferente, con una memoria traída por el recuerdo de viejísimos habitantes de la pampa argentina. ¡Oh, sorpresa! Un indio desconocido había llegado a mi sueño. Alto, de pelo muy largo y el cuerpo cubierto de cicatrices revelaban su procedencia bélica. El sueño en el que buscaba datos sobre el río del olvido, el Leteo, no me llevó a la Grecia clásica, sino a las puertas de una sorpresiva historia de la que nunca tuve noticias. Una historia olvidada. Arata, fundado tardíamente en el año de 1911, fue espacio donde un cacique casi desconocido por la historia general de América, luchó contra Juan Manuel Rosas y también contra las tropas del presidente Domingo Faustino Sarmiento cuando oficialmente se despojaba a los indios de la región pampeana de sus terrenos. Arata tiene hoy tal vez más de mil habitantes, porque hace unos quince o veinte años tenía sólo 970, y es como un apéndice de la vida argentina flotando en las brumas de un pasado heroico y fronterizo con Chile, porque el heroísmo no tiene necesidad de multitudes, sino de valores. ¿Era la imagen del indio de mi sueño astral la del cacique Calfucurá, quien murió de pena luego de defender todavía a finales del siglo XIX las etnias mapuches y otras, y fue olvidado por el poder de los blancos como tantos héroes indígenas? Cuando arrinconado decidió morirse en la oscuridad de su presente rumiando quizá su oscura historia de valentía, atosigado en la llamada Batalla de San Carlos, Calfucurá, el líder por más de cuarenta años de la rebeldía aborígen de aquellas pampas, formó parte de una historia local importante sólo para los pueblos indígenas. Por largo tiempo sus vencedores no lo consideraron fundamental para la historia oficial. En la llamada “Campaña del Desierto” de 1879, el cacique perdió sus ideales al no vislumbrar ya futuro para los suyos. Dicen que murió de tristeza perseguido por sus cuarenta años de rebeldía. Según la crónica fue llorado por mujeres viejas, animadas por el recuerdo y sus huesos fueron enterrados por los blancos desprovistos de gloria para el poder de entonces y hasta pisoteados, hasta que un día mapuches y ranqueles, así como otras etnias junto a las que luchó, pidieron su reconocimiento y sus huesos, estando entre sus argumentaciones las de la lucha del cacique contra los gobiernos que usurparon la pampa. Su historia no es solo defensiva, sino ofensiva: lideró saqueos contra los indios alineados a favor del dictador Rosas, raptó mujeres y se hizo fuerte. Declaró igualmente la guerra al escritor, político y hombre de acción Domingo Faustino Sarmiento, democrático en sus escritos y dictatorial para el despojo. Fue cuando Calfucurá perdió la batalla de San Carlos y se retiró para siempre. Luego de haber pasado “la prueba” de haber permanecido por años en el Museo de Ciencias Naturales de Buenos Aires. Calfucurá, los huesos del cacique vencedor de Bartolomé Mitre en alguna oportunidad, los despojos del cacique, que según la crónica llegó a imponer su poder desde Mendoza hasta Buenos Aires, parece que permanecerán en tumba propia. Siguiendo tal vez los lineamientos de grandes Museos que hoy devuelven a sus familiares y descendientes indios los restos de sus héroes y allegados tribales, Calfucurá volverá o vuelve a su lugar de origen, donde será recordado en muerte como en vida como un héroe tribal. Entrar a la historia a través de un sueño que pudo ser “astral”, según teósofos y espiritistas, me parece un viaje excepcional, porque cuando un nombre te llama en el sueño de seguro que siguiéndolo encontrarás no la historia que buscas, sino la que vive enterrada en un pasado sumergido que grita por más datos y mejor trato para los muertos heroicos.

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