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Narciso González

Con los 17 años de la desaparición de Narciso González se deslizaron hacia mi sus escritos El pueblo se queja en verso y El humor tiene bandera, e inmediatamente traté de encontrar un símil entre nuestros escritores populares. Para Manuel Rueda: “Alix es el más grande, y tal vez el único digno de una mención especial, entre los poetas populares que hemos poseído”. Narciso González demostró que es, el Juan Antonio Alix del siglo XX o mejor dicho, el más importante de todos nuestros cantores populares contemporáneos, cuya obra amerita una relectura acuciosa y de seguro que tendremos en verso las crónicas más lucidas de la época que le tocó vivir. A diferencia de Juan Antonio Alix quien se unió a las fuerzas colonialistas españolas durante la Restauración y sirvió en muchas ocasiones a los poderosos del país, Narciso González desde muy joven se integró a la defensa de los valores de la libertad y de la democracia y mantuvo una total coherencia entre vida y obra. Lo conocí en plena intervención norteamericana de 1965 cuando arengaba a miles de nosotros frente a la Embajada de los Estados Unidos a fin de que continuáramos las jornadas nacionalistas para pedir la salida de las tropas norteamericanas del territorio nacional, que por segunda vez habían mancillado el lar nativo con la presencia de 42,000 marines, convirtiendo la insurrección popular en una guerra patria. Mi experiencia más prolongada fue en la Dirección de Cultura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo donde compartíamos la responsabilidad de convertir ese departamento en un ente más cercano a las instituciones culturales populares, logrando interactuar con los clubes culturales populares de todo el país en una enriquecedora experiencia que marcó mi vida para siempre. Juan Antonio Alix y Narciso González trascienden con su obra de carácter popular en un país, donde la mayoría de los poetas prefieren estar lo más alejado posible de la creatividad popular y más bien celebran que la mayoría de sus conciudadanos no entiendan sus imágenes, convencidos de que son “una inmensa minoría”. Narciso no tomó vacaciones en su indeclinable decisión de contribuir a la superación de los males que ha padecido el pueblo dominicano y se opuso con firmeza a la ampliación de la brecha cada vez más profunda entre pobres y ricos, convirtiendo nuestros barrios y campos en espacios para el sufrimiento y el delito.

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