FIGURAS DE ESTE MUNDO
El cuidado de una madre
En enero de 1889, la madre de Friedrich Nietzsche recibe la noticia de que su hijo se ha enfermado de la mente en Basilea, Suiza. El célebre filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, autor de obras como “Así habla Zaratustra”, “El Anticristo”, “Ecce Homo”, considerado uno de los pensadores modernos más influyentes del siglo XIX, había sido diagnosticado: “Incurable y para internamiento perpetuo”. Pero la madre se resiste a creerlo. No cree, porque no lo quiere creer, que su hijo, su idolatrado “Fritz”, esté loco. Finalmente los médicos, después de titubear mucho tiempo, entregan para su custodia a la anciana y débil mujer el enfermo mental que tiene espantosos arrebatos de frenesí. Desde este instante la madre va a ser su única enfermera. Y todo lo que vive después se lo escribe de la manera más enternecedora al mejor amigo de su hijo. Por esas cartas se presiente la espantosa carga que ha tomado sobre sus hombros aquella madre al querer cuidar exclusivamente al caprichoso enfermo, vigilarlo, lavarlo, alimentarlo, vestirlo, emplear invariablemente en el doce horas del día, para después, en lugar de descanso, mientras él duerme, atender a los quehaceres domésticos, y esto uno, dos, cinco años, sacrificando toda su vida al loco para su curación. Pero por benévola Providencia, ella no tuvo que ver el fin estremecedor de su hijo, pues falleció antes. El salmo 133 ilustra que así como confía un niño detestado en el amor de su madre, debemos esperar en Dios: “Jehova, no se ha envanecido mi corazón ni mis ojos se enaltecieron; ni anduve en grandezas ni en cosas demasiado sublimes para mí. En verdad me he comportado y he acallado mi alma como un niño recién amamantado que está en brazos de su madreÖ Israel, espera en el Señor ahora y siempre”.
