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Tony Rafaul en la Academia de la Lengua
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Al estructurar la materia poética sin permitirnos ni siquiera un respiro ante el goce de lo hermoso, sitúa su obra en la cúspide de la tradición poética más exigente. La lluvia, adoquines, pájaros, litorales, acantilados, luces, huecos, muros, cuerpos, ritos, penumbras, sueños, asfalto, obeliscos, glorietas, personajes, amores, vigilia, bohemia, dan vida a sus textos. El, sin dudas, ha contribuido a evitar que se cayera en un tipo de poesía que independientemente de sus méritos, parece alejarse de la mejor tradición lírica que ha tenido la literatura contemporánea. La unilateralidad empobrece la poesía, por eso, más que una línea recta, el accionar poético funciona como las olas. La luz atraviesa toda la producción del autor como si su reiteración fuera una constante defensa contra las sombras en todos los sentidos. De ahí que esta poesía es también una poesía de la diversidad. Este escritor no parece tener límites, no puede reducir con su creatividad los temas a pocos contenidos y es capaz de nadar en cualquiera de las aguas. Su palabra siempre está presta a conducirnos desde la plataforma del mar o desde la superficie de la tierra hacia la estrella más lejana. Al referirnos a la obra poética de Tony Raful, volvemos al significado de su ingreso a la Academia Dominicana de la Lengua y lo hacemos citando el texto “Empuñadura de la Poesía y la Historia”: LA HISTORIA CIRCULAR. Volvemos al inicio porque es el final, porque la historia circular sigue girando hacia el infinito, Octavio Paz propone como un acierto, que: “toda actividad poética se alimenta de la historia, que el poeta aspira a sustraerse de la tiranía de la historia, aún cuando se identifique con su sociedad y participe de lo que llaman la corriente de la época. Todas las grandes tentativas poéticas -desde la fórmula mágica y el poema épico hasta la escritura automática- pretenden hacer del poema un sitio de reconciliación entre historia y poesía, entre el hecho y el mito, la frase coloquial y la imagen, la fecha irrepetible y la fiesta, fecha viva, dotada de secreta fertilidad, que vuelve siempre para inaugurar un tiempo nuevo... No hay poesía sin historia pero la poesía no tiene otra misión que transmutar la historia”. En estos tiempos de transición tecnológica y cambios impresionantes en la vida post moderna, el hombre sigue desolado, flagelado por una crisis urticante que es su agonía por la búsqueda del sentido y la plenitud de la felicidad, trotamundo entre la poesía y la historia, maniqueo insuficiente procura siempre trascender sus planos en el andarín supuesto de sus creencias y utopías. El poeta Héctor Inchaustegui Cabral, quien cultivó la poesía social a mediado de la dictadura de Trujillo, publicó la contraparte lírica de los poetas comprometidos con el abril de luz de 1965: “Diario de la Guerra y los Dioses Ametrallados”, textos y versos sobre la hondura elegíaca de la muerte en un abismo existencial distante de los ideales confrontados, evasivo, distante. Siendo un intelectual conservador, Inchaustegui, en una tertulia con jóvenes escritores de aquel tiempo histórico, produjo una conmovedora confesión, valiente en las consecuencias de su propia imagen, nos dijo: “Lo que yo he sido toda mi vida es un revolucionario con miedo”. De vuelta a los años 60 podemos concluir provisionalmente que se trató de la década más calcinante y plena de nuestro tiempo, todo se improvisó, los ademanes, los gestos, el amor, la guerra, y estos hombres posibilitaron el grito, su actuación en la pantomima de la historia, con sus cantos, su lenguaje, su decoro. Para comunicarse con el autor msacalidadycultura@yahoo.es