CONTACTO
Tony Raful en la Academia de la Lengua
Con relación a la utilización de los recursos expresivos, Tony Raful trata de sacar el máximo a las imágenes visuales, auditivas y cromáticas. El ritmo interno de sus poemas nos recuerda una expresión que leímos en el libro de René Welleck y Westin Warren, “Teoría Literaria”: “toda obra de arte literario es, antes que nada, un conjunto de sonidos de los cuales emana un significado”. Si se admite la aplicación de este criterio en sentido general, me parece que se ajusta a cierto tipo de poesía, entre la que se encuentra la de este escritor. Son pinceladas rítmicas que percibimos con mayor rapidez que su propio sentido. La obra de Raful es una pieza clave en la literatura escrita y publicada desde la década del 70 hasta nuestros días y sobre la ciudad su poesía es la más lúcida de nuestra literatura actual. Fue con Baudelaire que el campo dio paso a la ciudad. Una nueva experiencia cuyo ritmo de vida venia a contrastar en tiempo y espacio con lo que había sido la tradición. Desde Las flores del mal el tránsito de la ciudad irrumpe lejano y maldito. El poeta desarraigado e incapaz de acceder al punto de equilibrio le declara un canto de odio y lamento. Y lo hace porque ama aquello que lo devora. Apenas celebra a la manera de los antiguos líricos. Próximo al fuego solitario de la multitud recuerda el Canto III del Infierno dantesco. En el tomo IV de El Espectador, José Ortega y Gasset nos hace saber que “la historia de los pueblos clásicos comienza con una fundación de ciudad, con una fiesta municipal”. Pensar la ciudad supone filosofar su lugar–figura de tiempos y territorios diseminados, recuperar su entusiasmo cósmico con el deseo silencioso inscrito en el ritmo verbal de la poesía, sombra omnipresente cuya fugacidad suscita gritos y cantos inherentes a la noche que tiembla entre risas y órficos dientes urbanos. Un instante poético podría retener la ciudad para siempre, nombrarla en “ese hueco donde aparece lo otro”. (Octavio Paz). Son las ciudades cosas ausentes que penetran la frontera invisible del poema, rememoran imágenes que ahora se transfiguran en la apariencia melancólica de lo que sólo existe en el paraíso del lenguaje. “La más bella obra de arte en la historia de la humanidad” llegará a decir Hegel. En la tradición poética, autores como José Martí en su poema “Amor de ciudad grande”, Walt Withman en “Raíces y aun hojas solas”, Arthur Rimbaud en “Vigilias”, Efraín Huerta en “Declaración de odio”, son algunos de los ejemplos de esta temática a nivel universal.