El auge del sicariato
El sicariato es una modalidad criminal que ha registrado en los últimos años un rápido crecimiento en América Latina debido a que el deterioro de la situación socio-económica ha incentivado el surgimiento de organizaciones delictivas. Ese crecimiento también encuentra base en que muchos de los códigos penales de los países de la región no tipifican esta perversa actividad para aplicarles sanciones severas a todos los miembros de sus estructuras. Contrario a lo que ocurre en la actualidad, en sus inicios los sicarios se limitaban a asesinar por encargo a adversarios políticos de reyes, emperadores, etc., que encontraban en esta modalidad una vía rápida para deshacerse de sus adversarios. Desde siempre, sin embargo, esta actividad criminal fue considerada abyecta, asqueante, hasta por quienes recurrían a ella para quitarle la vida a personas cuya existencia consideraban un serio problema. Quizá el caso más conocido es el de Viriato, el valiente líder luso asesinado por tres de sus seguidores que habían sido contratados por el emperador de Roma y que cuando se presentaron a recoger su paga, fueron asesinados por orden de Escipión, bajo el alegato de que Roma no pagaba a traidores. Conforme se desprende del libro “Cosa Nostra” ñHistoria de la Mafiañ de John Dickie, el sicariato sufrió una mutación luego de que la mafia siciliana lo incorporara a sus métodos de trabajo, para exportarlo luego a América, al llegar a Manhattan, Nueva York, sus primeros representantes. El deterioro de la situación socioeconómica de América Latina ha servido para abonar el terreno de la región, para que estas organizaciones criminales crezcan como hongos, derramando sangre por doquier. El éxodo hacia Estados Unidos de millones de jóvenes ilusionados por el llamado “sueño americano”, ha concluido en una pesadilla, al verse obligados a regresar a sus países de origen con la vida rota, las manos y los bolsillos vacíos, acompañados solo de la experiencia acumulada en los servicios que ofrecieron a esas bandas delictivas. Tan preocupante es la situación, que ya en algunos países, el sicariato llega a la temeridad de promover sus macabros servicios por Internet, ofreciendo, entre otras cosas, la eliminación de cónyuges infieles, de competidores desleales, de socios estafadores o de negadores de deudas. Mientras estas organizaciones criminales avanzan en la modernización de sus métodos y en la promoción de sus servicios, los Estados permanecen anquilosados, anclados en el pasado, incapacitados materialmente para combatirlas, y sin códigos efectivos que establezcan penas drásticas, severas, blindadas contra las acciones jurídicas puestas en práctica por abogados inescrupulosos al servicio del crimen. En el país, el Código Penal no contempla el sicariato como una organización estructurada para asesinar, para producir dinero sobre la base de ocasionar dolor a una sociedad que tiene el compromiso de trabajar sin descanso para alcanzar niveles superiores de desarrollo. En nuestra legislación, no existe la figura principal de estas bandas criminales, que es el autor intelectual, por lo que para cubrir esta ausencia, las autoridades se ven en la obligación de enviarlos a la justicia como cómplices y, si son encontrados culpables, se les aplicará la pena inmediatamente inferior a la que recibirán los autores materiales de estos hechos. Se ha establecido que la estructura de esta empresa criminal cuenta con un autor intelectual que escoge a la víctima, un intermediario, que contrata al autor material, un chofer que lo transporta, localizadores que ubican a quien sufrirá el ataque y algunos elementos que cubrirán la retirada de los autores del crimen. Como se ve, para garantizar acciones efectivas que protejan a la sociedad de las embestidas de estas asociaciones de malhechores, se hace necesario modificar el Código Penal para incluir en el mismo a todos los miembros de este tenebroso andamiaje, a fin de castigar sus despropósitos con la aplicación de penas ejemplarizadoras. Desde siempre, los especialistas han tenido un grave problema para determinar cuál es la pena justa. En materia de asesinato, peor si se trata de sicariato, no hay pena justa. La que más se acerca a ella es la de muerte, prohibida por la ley de Dios y por la Constitución de la República. Para combatir este flagelo, es necesario incluir el sicariato en el Código Penal ñcon todos los miembros de sus estructurasñ, fijar en 50 años de prisión la pena al autor intelectual, y a 40 al autor material (o unificarla en 50) fijar no menos de 20 para los demás miembros de esas bandas asesinas, establecer la acumulación de las penas, quitarle el beneficio de la libertad condicional y cerrar cualquier otra brecha utilizada por abogados inescrupulosos para sacarlos de la cárcel. Si esta y otras propuestas fueran introducidas al Código Penal y los jueces las aplicaran, estarían más cerca de hacer justicia.