ORLANDO DICE...
Perredeístas, al final se vuelven razonables
DEJARLOS.- Después del acto del pasado domingo, a los perredeístas habrá que dejarlos ser perredeístas. Ellos saben fastidiarse unos con otros, y de paso fastidiar a la opinión pública, pero al final encuentran razón, al cerrar el día se vuelven razonables. El sector de Miguel Vargas quiso forzar el juego al extra inning, pero cuando vino a darse cuenta los peloteros habían abandonado el campo de pelota y no había fanáticos en las gradas. Las quejas primero y las querellas posteriores fueron regurguitaciones amargas, casi solitarias, pues no hubo ni una sola instancia de solidaridad. Intentaron llevarse las bases, rompieron algunos asientos, y de dejarlos hasta derrumban el estadio. Pero desde el principio la contraparte, segura de su triunfo, se declaró paciente como Job y obvió todas las provocaciones. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. A falta de trincheras posibles, y el evidente puente de plata, se rindió. La fiebre no estaba en la sábana, pero Vargas y los suyos, como otros perredeístas en ocasiones anteriores, dejaron la calentura en la cama... UNIDAD.- La puesta en escena fue la mejor comprobación de que las disputas y los resquemores se habían superado. Las resoluciones fueron aprobadas a unanimidad, sin discutirlas, como en los tiempos de José Francisco Peña Gómez. Nadie llevó cuchillas al Virgilio Travieso Soto, sino que todos, conscientes de que estaban frente al país, dieron la necesaria demostración de unidad y de fortaleza. Entonaron los himnos a una como los Niños Cantores de Viena. Incluso, Miguel Vargas se iluminó con la luz de la concurrencia y recordó que había una injusticia que reparar, “la expulsión” de Enmanuel Esquea Guerrero. Ese PRD, tan dado a los conflictos y a los zafarranchos por un quítame esa paja, no olvidó en su momento de gloria a uno de los gestores de la nueva situación. Como si estuviera esperando la ocasión, desde que mencionaron el nombre del presidente de la Comisión Nacional Organizadora, aplaudió tanto que alteró el discurrir ordenado de la transmisión. Al presidente del partido no le quedó más que acogerse a esa manifestación de sentimientos... EL ORDEN.- La proclamación de Hipólito Mejía, más que un acto político, fue un bien montado performance. No era el nuevo PRD, que resultó fallido en los hechos, sino el de siempre, pero vestido con atuendos de modernidad. Fue novedoso y revelador ver a Hipólito Mejía, el de Gurabo, dejar de lado su condición de aldeano y usar en su comparecencia la mejor tecnología de la comunicación. Lastima que no pueda darse el lujo del telepronter, que es la materia pendiente de los políticos dominicanos. Sin embargo, hubo dos hechos que trajeron a la mente de muchos al viejo PRD y recrearon su espíritu. Las voces que animaron y el calor del recinto. Oír a Tony Raful anteceder los turnos o ver a los compañeros, pañuelos en manos, secándose el copioso sudor, convirtió la ocasión en algo más que memorable. Incluso, que en la transmisión no se viera ni la sombra de los recién llegados, fue una providencia oportuna. Era alejar malas influencias y dejar que los perredeístas fueran perredeístas. Las ausencias, a veces, aprovechan... LAS PALABRAS.- Los propios discursos, sometidos al tiempo de la transmisión, no permitieron libertades. Cada cual dijo lo que le era justo decir, sin rebosar la copa, pero igual sin que faltara agua. Eran tres obligaciones, y Milagros Ortiz Bosch, Miguel Vargas Maldonado e Hipólito Mejía Domínguez, las cumplieron con el rigor impuesto por la necesidad de ofrecer un buen espectáculo de televisión. La marcha forzada ayudó a que ninguno de los oradores se extendiera o usara el escenario para lanzar puyas que pudieran dañar el ambiente. El principal fue Mejía, y no podía más que hablar de unas propuestas que en el transcurso de los próximos días deberá desglosar, o lo harán sus adversarios, muchos de los cuales advierten, desde ya, que si bien es cierto que se arrepintió de los malos pasos dados en su anterior administración, no es menos cierto que aprovechó el probable perdón del votante para reivindicar como suyas iniciativas de otros. Si como primer candidato sirve la mesa, y entre los cocimientos pone la tarjeta solidaridad o la seguridad social, el debate de campaña, con el pasado de por medio, pinta bonito...