REFLEXIÓN DEL ALMA

Ministerios de Educación y Cultura

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Leonor Porcella De BreaSanto Domingo

Un día como en cuentos infantiles donde aparecen sorpresas inesperadas, caminaba por un campo de San Francisco de Macorís, de donde mi esposo era oriundo. Me separé del grupo necesitando encontrarme conmigo entre aquella exuberante vegetación que siempre me cautivó. Me senté pensativa sobre una piedra, de repente apareció un niño conocido que se acercó a mí, le sonreí pidiéndole sentarse a mi lado. Me preguntó qué hacía allí sola, sabía que me encantaban los caballos y que diariamente montaba mientras nos encontrábamos en la finca. Le comuniqué que en ese momento lo que deseaba era pensar. En seguida entablamos una conversación bastante singular para sus once años que era la edad de Pablito. Le dije que me gustaría escuchar sus sueños y lo que deseaba hacer en su existencia. Me preguntó, la razón de mi interés en su vida y en mis preguntas. Le respondí hablándole del amor, del cariño, de valores y del regocijo que se sentía hablando con un niño sobre realidades esenciales. Me dijo que lo entendía, porque quería a los pajaritos y detestaba a los cazadores que los mataban. Me preguntó por qué él se sentía diferente a sus hermanitos y a sus padres. Pablito era el menor; le hablé de la diferencia existente entre un jefe de familia que en ese tiempo tenía que llevar el sustento del hogar, a diferencia para quienes lo disfrutaban sin mayores esfuerzos, y desde luego, le expliqué sobre las sensibilidades humanas. Pablito tenía un gran corazón, realidad que logra una variante visible en cualquier hogar. La persona humana nace con tendencias humanitarias, simples o con reveces a lo estipulado en una sociedad, que pueden o no degenerar o encaminarse por el buen sendero. Hace pocos días me detuve en una choza, la inexistencia se prendió del presente, como lo son las cosas del alma que empiezan a quedar en el olvido por todo lo material. Ya no estaba Pablito, u otros niños pensantes, sólo la soledad cuando enfrenta la triste realidad. Pablito perteneció a un pasado relegado, semejando la lejana estrella. La amabilidad voló como las avecillas de aquel niño amoroso del que persisten recuerdos imborrables, no solo míos, sino del conciudadano que se detiene a mirar la pobreza infantil, más allá de una mirada; más allá de preguntas quebrándose al salir, y ocurrencias de espaldas a la soledad en que dejamos la infancia dominicana. Esa infancia necesita de manos bondadosas que la saque de la inmundicia; la inmundicia no proviene sólo de un basurero, ni de la podredumbre, hablo de la inmundicia humana, existente en cualquier hogar dominicano. Sucede cuando el padre se va y deja todo por otra mujer, o viceversa; cuando entra la corrupción criminal, cuando los hijos son dominados por droga, o alcohol, cuando la madre no sabe orientar a su familia, que se convierte dolorosamente en inexistente. Esa madre que no cree en el futuro sólo en el sexo, en el coraje producido por la pérdida del marido. Ella creció bajo criterios erróneos, ineptos para criar generaciones que enfrenten la desfachatez y el desamor que afectan nuestra tierra. La ausencia de educación de hogar es el peor de los tsunamis que nos pueden destruir y que en el presente arrasan nuestra nación. Ministerios de Educación y de Cultura, por favor: unan sus esfuerzos impartiendo valores televisivos para todos; valores que enaltezcan esta tierra que se unde por la ausencia de principios. Dominicanos: entendamos que la infancia nuestra no es responsable de su futuro, somos nosotros los dominicanos, quienes tenemos que remediarlo antes de que sea tarde.

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