¡Acerquémonos más al Señor!
Es un tiempo propicio, pues estamos conmemorando la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Aquí en la tierra, enviado por el Padre, se hizo carne para convivir con nosotros los humanos. Vino al mundo para darnos una nueva vida. Semana Santa es tiempo para recordar todo el dolor, martirio, vilipendio y humillación que sufrió nuestro Señor en la cruz. Expuesto en un madero, sus manos y pies fueron traspasados por clavos; hay que imaginarse el dolor que sentiría. Luego, insultado, maltratado junto a dos ladrones diciéndole: ¡No eres tú Mesías, el Hijo de Dios! ¡Sálvate a tí mismo! Le golpeaban la cara con una caña. Cuánto sacrificio por nosotros para luego morir de ese modo, por ese pueblo que vio tantos milagros a su paso por esta corta vida. Sólo con él poner sus manos sobre los cuerpos: resucitaba muertos, curaba leprosos, ciegos, que vieron la luz con sólo tocarlos; paralíticos que volvieron a caminar; sacar malos espíritus de tantos jóvenes. ¡Cuánto no hizo por ese pueblo! Predicaba el perdón, cuando verdaderamente el pecador se arrepentía. Predicaba cambiar el culto al dinero; predicaba el amor al prójimo. La Cuaresma y Semana Santa, como dice nuestra Santa Iglesia Católica es tiempo para reflexionar, meditar, ayunar, privándonos de lo que más nos gusta. Ayudar a tu prójimo, pedir perdón por nuestros pecados. No se trata de celebrar en cruceros ni resorts. Profundizar en nuestro yo, lo malo que hacemos y cómo podemos liberarnos. Solamente acercándonos a Dios lo lograremos. Pidamos Salud, Paz y su Protección, y algo más importante, seamos, como dice el Salmo 91, “El que habita bajo la sombra del Altísimo morará bajo la protección y la misericordia del Señor, dándonos su Paz y su Amor”.

