Los pasos de Vargas

La acusación de colaboracionismo a la facción que hasta ahora luce eufórica como ganadora de las primarias perredeístas, deja espantado y verdaderamente escandalizado el país político. La seriedad del cuestionamiento hizo crisis en el partido opositor, pues la gravísima razón que se invocó como es la “colaboración con el adversario para perjudicar su organización”, pensamos que acribillaría toda posibilidad de entendimiento entre las facciones. Nunca supimos de una transgresión tan grave como la de “transfundir sangre contaminada” –perdonen la precisa metáfora—para dañar adrede a un competidor de la misma organización política. Pero la resistencia no surge sólo por lo sucedido en la pretensa convención, sino que el partido viene lastrado por lo ocurrido en las elecciones congresuales y municipales del 2010, en donde al “pepehachismo” se le enrostró su mal velado disimulo para tomar una actitud obstruccionista y colaboracionista contra aquellas candidaturas que no respondían a su causa. Es decir, facilitarle las cosas al contrario para que ocurriera lo que finalmente ocurrió: el descalabro electoral que permitiera justificar la resurrección. Más allá de ser una táctica electoral con una fuerte orientación de aliento al fracaso general, abrió puertas a la presión faccional y mediática de que el partido no pudo salvarse de los demonios y se hacía obligatorio devolver la política clásica al marco histórico de los “viejos robles”, y hasta al campo ideológico de los “Doctores del Partido” que sentían que sus instancias de elección estaban agotadas. Todo el mundo conoce que el presidente del PRD, bajo el pretexto de “renovación”, de organizar “el nuevo PRD”, quiso metamorfosear el “viejo PRD” que venía de una pésima gestión de gobierno y de una derrota electoral humillante. Sin embargo, también contribuyó a que los vínculos se debilitaran con los dirigentes bajos por la marcada opulencia, y la decisión de lograr consolidar al partido sobre la base de la simbolizada figura del “MVP” como artífice de la transformación; incluso, se retomaba el gusto por la lucha política sin desconfiar de los juegos electorales que se dan en los partidos, que han dejado un sabor amargo. Así, ensoberbecidos no pudieron rechazar con tiempo ese mundo inmundo intrapartidario, y la falta de radicalidad para sancionar ejemplarmente el trabajo de zapa y minado del 2010, tomó direcciones diametralmente opuestas a lo que se perseguía: el proyecto estratégico electoral del señor Vargas. Realmente esta crisis partidaria que irrumpió con la fuerza del rayo parece que comienza a remitir. Se han anunciado posibles arreglos y avenencias, que evitarían el cisma. A su facción se le han agravado las dificultades por las deserciones por oportunismo, hipotéticas ganancias, o porque entienden que el hecho está consumado, pero que mañana podrían traerle amargas desilusiones a los transeúntes políticos; también la presión mediática de los que usan el perredeísmo como caballo de Troya ha influido en estas deslealtades. Ahora a pesar de haberse comprometido con la adhesión, viene dando largas a reconocer sus errores, lo que lleva a una resistencia confiando que en la pugna le tiren la toalla para asegurarse vigencia política en momentos que sus capacidades políticas y económicas lucen insuficientes para ejercer un liderazgo decisivo. Difícilmente el perredeísmo pueda llevar una candidatura de unanimidad dada la denuncia de fraude. Frente a una situación como ésta Vargas tratará de tomar distancia, y como ha planteado que el corazón del “fraude residió en el oficialismo –situación que, sin embargo, se niega con rotundidad-, no habrá espacio para una expresión como esta: “refrendamos a Mejía por ser un hombre serio, trabajador y valiente”. Como no logró el cierre de fila a su favor, las pifias pre y post primarias lucen que le obligarán a guardar el silencio resignado o el abandono de la política. Claro, contemplar su exclusión sin poder restaurar sus poderes, va a exigir serios sacrificios de su parte.

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