EL ROEDOR

Juan Bosch en el corazón

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Aristófanes UrbáezSanto Domingo

Yo conocí a Don Juan a los 14 años, pero mi primera referencia de él la tuve en 1962. De los hijos de Eleogildo Enrique Urbáez Féliz (Pasito Nieves) y doña Emperatriz Matos Vda. Urbáez (mi santa madre y filósofa china preferida, que nos crió a fuerza de refranes populares y una correa envuelta en la muñeca del brazo derecho que movía a velocidad de un rayo), yo era el más apegado a mi padre: andaba tras él, por que me hice mecanógrafo con un método sin que nadie me guiara y me convertí en su secretario privado redactando cartas y “Contratos de venta bajo firma privada” debido a que los jueces de paz (posición que ocupó varias veces) tenían fe pública y fungían de notarios. Debido a ese apego a mi progenitor oí a Don Juan con el padre Láutico García, SJ (q.e.p.d.) que puso al país en vilo. Papá, Mamá y yo –un niño que se comía el mundo con los ojos–, estuvimos apegados al radio Phillis oyendo aquella –más que polémica– discusión de caballeros hasta que se dio la orden de irme a dormir. Al otro día, la vieja Empera –mis padres con la caligrafía más hermosa del mundo, cualidad que no heredé– le decía a las vecinas Mercedes y Mamá Pereyra que ‘Juan Bo’ ganó la polémica: “¡Qué hombre que sabía y hablaba bonito! ¡El padre no lo pudo coger por parte porque él se le zafaba!”, pregonaba satisfecha. Ese acontecimiento marcó al pueblo dominicano porque por primera vez, después de la larga dictadura de Trujillo, dos personalidades podían debatir públicamente sus ideas. En todas partes se hablaba del acontecimiento, muchos lo hacían en voz baja y en su casa por el trauma de la larga noche de miedo, devoción y silencio forzados por el Generalísimo. Luego, Bosch ganaría las elecciones, vino el golpe septembrino del 1963, el Triunvirato, la Revuelta de Abril, la intervención norteamericana por segunda vez y la Guerra Patria del 1965. ¡Siempre Don Juan!Fue en ese contexto que el profesor de Ecuación Física (luego llegaría a ser director de Primaria por mucho tiempo), Federico Florián de la Paz, me mostró un libro sin portada, pero tenía la contraportada de la solapa. Arriba tenía a carne viva el nombre de Juan Bosch en mayúsculas y abajo: “Trujillo, causas de una tiranía sin ejemplo”. El profesor me preguntó que si lo había leído. Le dije que no y me lo dio con la advertencia de la “devuelta” (no sé si lo devolví porque en aquella época devoraba a diario montones de muñequitos o paquitos de Red Ryder, Batman, Superman, El Fantasma, Chanoc, al tal extremo que algunos compañeros como Mellizo Brito, que conserva el hábito de leer, repetimos la lectura todos los de Vicente y Tamayo). El libro me fascinó desde el comienzo porque Don Juan explicaba el nacimiento del fenómeno Trujillo como causa de las intervenciones: primero de España, que trajo a su abuelo, José Trujillo Monagas; luego la ocupación haitiana, de donde vino su abuela Enciná Chevalier, y más luego, la norteamericana del 1916, que sentó las bases para llevarlo al generalato y a jefe de la Guardia Nacional. Pero lo que me hizo boschista para siempre fue el final del libro en que Don Juan explicaba –el libro había sido editado y publicado en Caracas, Venezuela, 1960, un año antes del ajusticiamiento de Trujillo–, que la República Dominicana era una especie de empresa “Trujillo, S.A.”, y que nadie mantendría la tiranía en pie desaparecido Trujillo. ¡Esa inferencia lógica genial sin duda!, me llenó de alborozo, y, con ese alborozo se metió Don Juan en mi corazón donde lo guardo como un tesoro, junto a mi venerable padre y, últimamente, y no por esnobismo, a Jesucristo, pues a medida que más estudio comprendo menos la complejidad de este “singular Universo” como le llama Borges en el “Poema de los dones”. No soy religioso rallé pero he evolucionado desde la ‘folletería’ estaliniana hacia los grandes problemas de la filosofía y la metafísica y confieso que en medio de la angustia me consuela pensar en antítesis y paráfrasis a lo dicho por la filósofa existencialista atea Simone de Beauvoir a la muerte de Sartre, en cuanto a “sé que no nos volvemos a encontrar en ninguna otra parte, pero no me arrepiento lo compartido y vivido junto él”. En mi caso, le doy gracias a papá por haberme enseñado que “le temiera sólo a Jesucristo, que fue el único que venció la muerte”. El Jesús Histórico, con su vida ejemplar de amor y perdón y sacrificio, me sembró la esperanza del otro, el Cordero, el de la “buena nueva”, en que creen millones de humanos. ¿Pasión o convicción?Pasión, fanatismo o convicción, no he tenido otro guía político: ¡Don Juan! Después de muerto, su prédica y ejemplo viven conmigo. A pesar a la chapucería (es una digresión) de algunos de “expulsarme” del PLD, aprovechando su ausencia de Don Juan. En el PLD –son los Estatutos–, la dirección de un Intermedio sólo puede expulsar sus propios miembros; no a los de un Comité de Base (eso se hizo conmigo, jamás lo reclamaré, pero soy miembro de pleno derecho). Cuando oí en aquel diciembre del 1973 que “¡renunció Juan Bosch!”, corrí hasta la Casa Nacional. Viví 10 maravillosos años al lado de Don Juan, el político más tierno, exigente y extraordinario que haya conocido. Cuando le comenzaba el Alzheimer la nunca olvidada Norys Céspedes, me pidió una conferencia en la Universidad Apec. Cuando bajé del podium, Don Juan me llamó y me dijo en voz baja: “¡Tú no cambias, quiere decir que tú sigues pensando tan mal de mí!”. ¡Ironía fina! Hay gente que habla de Bosch sin conocerlo. Me precio de conocer sus libros y su conducta. Otro día contaré anécdotas que demuestran su valor personal, no ya el cívico de todos conocido. ¡Feliz 101 cumpleaños, mi caudillo! P.D: Bidó Medina, me dijo: “No escriba ‘mi caudillo’, porque representa el atraso social”. Don Juan me hizo la misma observación, pero llegamos a un ‘acuerdo’.

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