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EN PLURAL

Exiliada de la vida

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Yvelisse Prats de PérezSanto Domingo

Retorno de un largo exilio que me apartó de la vida, situándome en un limbo en el que se asomaban sombras infernales. Dos operaciones, ambas de emergencia, el desolado páramo del intensivo exacerbando mis fobias y mis miedos, sufrimiento mío y de mi familia, y ese sentimiento confuso, pero intenso, del destierro que me arrancaba mis raíces antiguas y me depositaba en un universo extraño, donde mi voluntad, mi identidad ni mis deseos ni mis fuerzas conducían las avasalladoras experiencias que me arrastraban. Ahora, corta de aliento, en plena crisis de mi asma compañera –enemiga a causa de las peripecias de las operaciones–, regreso a casa, a mi casa, después de pasar los primeros días de convalecencia en el hogar de mi hija Consuelo, quien no cedió a nadie su imperioso derecho a cuidarme esa primera semana. Vuelvo a la vida, podrá ser una frase aunque manida, correcta, pero solo denotativamente, para expresar cómo voy reaccionando y dejando atrás el exilio: cómo mis ojos y mis manos miran y palpan las cosas de mi entorno, mis libros, los papeles, las fotos que guardan mi historia, mi colección de muñecas. Los sonidos cotidianos del vecindario por la madrugada me despiertan, y sé que vivo. Voy percibiendo los huecos incómodos del viejo colchón de nuestra cama, y los siento no como presiones, sino como toques acariciantes que me explican que no estoy en la otra cama aséptica y ajena de la clínica. Estoy en MI CASA. Vivo por la misericordia de Dios, estoy dada de alta satisfactoriamente por mis médicos; si no fuera por la descompensación asmática estaría integrándome a muchas de mis actividades regulares, ¿o no? Porque el exilio no solo sumergió mi cuerpo sufriente en remolinos extraños. También mi espíritu fue sacudido en las horas difíciles. Criterios, aficiones, convicciones, carácter, han mutado en mí, siendo la misma Yvelisse más pálida y delgada que salió apresurada hacia la clínica el viernes 7 de mayo, hay una nueva criatura espiritual que despierta y se despereza dentro de mi cuerpo. He cambiado, lo percibo. ¡Cuántas veces había expresado En Plural mi fe en Dios, y sin embargo, qué diferente fue la profunda, irreversible entrega que hice momentos antes de entrar las dos veces en el quirófano! Solo estábamos ahí, entre el trajín de médicos y enfermeras, aislados, de frente, Dios y yo. Creo que esa entrega total, absoluta, rendida, fue la que seguramente me devolvió viva a mi familia, que esperaba apretujada y llorosa. Sólo un milagro pudo rebasar las singularidades científicas de la enorme piedra que se salió de la vesícula, se insertó en el duodeno causando una oclusión intestinal, y luego las complicaciones que llevaron a una segunda intervención de emergencia, apenas nueve días después de la primera. Ambas operaciones las resistí perfectamente, desmintiendo el criterio de que yo era una paciente quirúrgica de alto riesgo, por mis deficiencias pulmonares. Dormí y me desperté sin problemas, aferrada al rosario que el anestesiólogo, cristiano devoto, me adhería a la mano izquierda, con un “tape”, mientras me tranquilizaba, bendito sea para siempre, recordándome que él y los doctores González, eran instrumentos en manos del Señor. Y sí que lo fueron. Estuve en esas manos, herramientas de Su misericordia, todo el tiempo, Dios estuvo allí, conmigo entre ellos. Pero un encuentro así de personal y milagroso con el Padre, asida a la cruz del Hijo amado, deja una huella que día a día en mí se profundiza. Como en un rompecabezas novedoso, estoy armando en esta etapa de retorno un nuevo modelo de vida. Más sencillo, más modesto, más humilde, más desapegado a lo que es volandero y futil, con más discernimiento de ese que da el Espíritu cuando nos toca en un trance fuerte. Resumo, aunque lo irán leyendo y comprendiendo En Plural, de nuevo cada sábado; será importante lo que es de verdad importante: dar gracias a Dios, a Mario por su ejemplar conducta de esposo y compañero, a mis hijos e hijas, a los doctores González, padre e hijo, al Dr. Aquino, a todo el equipo médico y las enfermeras de la Clínica. Sobre todo, recibo como un regalo maravilloso la oportunidad de seguir viviendo un tiempo más, que será distinto porque no puedo permitirme el lujo estúpido de desperdiciar el milagro que Dios hace en mí. Indultada por Su gracia infinita, retorno del exilio de la vida. Confío en que Su Presencia acompañe cada acción y cada pensamiento en este retorno que tendrá mucho de descubrimiento y transformación para que se cumpla lo que dice I Juan 1.7: “Si nuestra vida es Luz, y si andamos en la Luz, como Él está en la Luz estamos en comunicación unos con otros, y la sangre de Dios nos purifica”.

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