Nuestra deuda histórica con Canarias
2 de 3 Por eso, cuando comienza la Edad Moderna y se encuentra con el mundo americano, España no improvisa una política de colonización, sino que prolonga la que ha venido aplicando en su propio marco o en las Canarias. Entre la empresa de Indias y la de la repoblación de la alta meseta del Tajo, dice Sánchez Albornoz, no hay mayores diferencias. Allende el mar se continúan las “behetrías” (encomiendas), las “cartas de población”, los “privilegios” y libertades municipales, la del “botín”, las “erecciones”, el “quinto del botín”, etc. Canarias, en este sentido, es el primer peldaño. Fray Bernardino de Sahagún consignó la conquista de las islas como prolongación de la reconquista y antesala de la empresa indiana. El precedente canario es claro y evidente: “...llegado el momento de fijar las capitulaciones santafesinas (...) los Católicos Reyes ponen inconvenientes a las peticiones de Colón, porque no desean que en las posibles tierras a descubrir se establezcan señoríos como en Canarias. Estas Canarias que enviarán los primeros plátanos, las primeras cañas de azúcar, los primeros cerdos y un gran número de técnicos, marinos, y simples pobladores a partir del primer viaje colombino para teñir de isleñismo la conquista antillana y continental”. La evangelización primera de América tuvo también clara impronta canaria. Fueron religiosos, en primer lugar los franciscanos, los principales agentes de ella. Hubo conventos concretos que se encargaron de suscitar el espíritu misionero y de seleccionar y preparar a los que serían enviados. Se contó para la evangelización desde el primer momento con el auxilio de los nativos, recién ganados para la fe católica. Como en Canarias fue una empresa no exclusiva de la Iglesia sino también de la Corona. Y la Corona obtuvo del Papado la concesión de aquellas tierras con la obligación de evangelizarlas. Concedió el Papa al sacerdote, elegido por el conquistador, poder para levantar iglesias, administrar los sacramentos y coordinar la obra evangelizadora. Los misioneros se desmarcaron pronto de la espada y se pusieron a vivir con los indígenas y a compartir sus vidas. Se usó el método de bautizarlos con cierta rapidez y después catequizarlos. Se levantaron rápidamente iglesias, conventos, casas de estudio para los nativos que quisieran ser sacerdotes. Supieron desde el primer momento llenar la vida de la fe de una entrañable devoción a la virgen María y a la Eucaristía. Se insistió una y otra vez a los Encomenderos su obligación de atender a la evangelización de sus encomendados. Las primeras Diócesis constituidas fueron declaradas sufragáneas de Sevilla. Ante los agravios y los desafueros de los conquistadores los misioneros levantaron fuertemente su voz de desaprobación y recurrieron a la Corona y al Papa. La Corona de Castilla se pronunció siempre, lo mismo en las Canarias que en América, en favor de los oprimidos, dando una serie de disposiciones y urgiendo su cumplimiento. El Rey afirmaba que las injurias hechas a los amenazados indígenas y a sus familiares eran como hechas a sí mismo. En mayo de 1481 el Rey concedió a los habitantes de Gran Canaria protección e igualdad de derechos con los demás súbditos de la corona. Treinta y cuatro años después, lo ratificaría Fernando el Católico. Los Papas Benedicto XIII, Eugenio IV y Sixto IV emplearon sucesivamente censuras eclesiásticas contra los que maltrataban a los nativos. Wolfel pondera, admirado, la actitud de ambas potestades, la papal y la real, en la defensa de los indígenas canarios y recuerda, en contraposición, la licitud del cautiverio de prisioneros en los campos de batalla, en incursiones a puestos a lo largo de las costas y en asaltos a las naves que cruzaban los mares. Las Canarias fueron desde el primer viaje de Colón escala estratégica hacia América y lugar de avituallamiento y se tornaron así testigos excepcionales y partícipes del gran viaje de la aventura y abastecedoras generosas siempre de toda clase de bastimentos para lo que faltaba de viaje y de herramientas, utensilios, semillas y ganado para el desarrollo de las tierras descubiertas. No sabemos qué habría sido de La Pinta, que en el viaje explorador entró en la Gomera con el gobernalle a la deriva y haciendo agua, si en Tenerife no la hubieran puesto a punto para seguir navegando. Al esfumarse la tierra de sus mayores, en todos los que se habían embarcado rumbo al nuevo mundo surgía esperanzadoramente la ilusión de la escala en las Canarias. Nos lo cuenta aquel Alessandro Geraldini, electo Obispo de Santo Domingo, que edificaría la Catedral Primada incunable arquitectónico de América. En el diario, que fue escribiendo durante la travesía, palpita aún la emoción de haber llegado a las islas canarias. Dice así en traducción fidedigna de su aristocrático latín: “Desde el desierto, en corta navegación de dos días, llevados a las Islas afortunadas, vi la tierra deseada desde mi primera juventud. Aunque muchos autores, que en otros tiempos brillaron, las llamaron infortunadas, porque parecían estériles y abundaban solamente rebaños de cabras. Pero, en nuestros días de tal manera abundan en trigo, vino, cebada y toda clase de ganado mayor y menor y toda variedad de frutos que no van a la zaga de ninguna región en el mundo”. LLovera, llamada desde hace poco “Isla del Hierro”, no tiene estanque alguno, ninguna fuente, ningún río. Pero, lo que es un gran milagro de la naturaleza, tiene un árbol que segrega en los internodios tanta agua que basta sobradamente para todo el pueblo y todos los animales de la región. Este árbol es totalmente desconocido. Yo lo contemplé estupefacto, y me extraña que no hablaran de él ni los romanos ni los griegos. Cabrera, llamada así por la multitud de cabras, cuyas carnes son más excelentes que las de nuestros ovinos, se llama ahora Tenerife. En ella, en las laderas del monte, hay bellos viñedos, bellos naranjales, muchas peras y manzanas. La Isla Ombrión tiene un estanque en los montes, donde se abrevan los ganados, y, lo que es más digno de notarse, tiene cañahojas negras de las cuales se extrae un agua del todo amarga. Las hay también blancas que destilan un licor maravilloso. Tiene pozos y cisternas para utilidad de todos. La isla de la Palma es deleitosa a la vista. En la llanera hay ciertas hierbas óptimas para teñir las telas. Estas islas, excepto la Canaria y la Ningaria, son pequeñas y fueron conquistas hace 300 años. Todos los naturales que llegaban a Andalucía eran robustos de cuerpo y grandes honderos. Vestían de hojas de palma y pieles de animales. Pensaban que el mundo se había sumergido en el diluvio, y sólo había entre ellos el recuerdo de los Romanos, no escrito, sino por una larga cadena de antepasados que lo transmitieron de palabra a sus descendientes. A estas islas quiso Quinto Sertorio trasladarse por alejarse de toda guerra civil y vivir una vida completamente tranquila, pero, disuadido por sus amigos, abandonó la idea”. Respecto a estas islas como lugar de abastecimiento para las necesidades y desarrollo del Nuevo Mundo me voy a circunscribir a dos datos que resultan altamente elocuentes. El primero se refiere al segundo viaje de Colón, viaje ya poblador, con la mira puesta no en la aventura sino en las nuevas tierras descubiertas. Luis José Peguero, un hatero nuestro metido a historiador, publicó en 1762 una curiosa “Historia de la conquista de la isla Española”. En ella nos cuenta: “Miércoles día 25 del mes de septiembre del año 1493 de nuestra salud. Al cuarto del alba salió del puerto de Cádiz esta primera flota (pobladora) que vino a las Indias, a la cual el Almirante, como más diestro piloto en esta navegación con la experiencia adquirida del primer viaje, mandó gobernar y tomar el rumbo del sudoeste en demanda de las Islas Canarias. A ellas llegó el miércoles cinco del mes de Octubre, a la isla Gomera, a donde se mantuvo la armada dos días. Se abasteció de ganado, como becerras, cabras, ovejas y ocho puercas de donde procedieron las muchas que después hubo en esta isla. También embarcaron gallinas, pavos y patos”.