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PENSAMIENTO Y VIDA

Nuestra deuda histórica con Canarias

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Francisco José Arnaiz S. J.Santo Domingo

América fue primero sueño y después proyecto amplio, ambicioso y complicado. En ambas fases las islas Canarias jugaron un papel notable. Fueron parte del sueño, y respecto al proyecto fueron anticipo y ensayo, inspiración y culminación. Por todo ello, América, sobre todo República Dominicana, debe ser hoy consciente de una deuda que está todavía por saldar. Colón fue un renacentista con cabeza y corazón medieval. Soñador empedernido gozaba inmensamente con los relatos hijos de la fantasía. No desdeñaba a los científi cos pero se fi aba más de los soñadores. Por debajo de su reciedumbre y bravura de hombre de mar había un niño grande. Por eso fue tan buen marinero y tan mal gobernante. Desde que comenzó a acariciar el plan de la aventura, Colón se enfrascó en la lectura de los autores más diversos de la antigu¨edad y de la Edad Media que pudieran proporcionarle datos valiosos. Leyó así a Aristóteles, Plinio, Marino de Tiro, Estrabón, Ptolomeo, Pierre d’Ally y Mandeville, Toscanelli y Silvio Piccolomini etc. Le impresionó mucho lo que decía Séneca: “Siglos vendrán en los cuales el océano romperá sus cadenas y una gran tierra será descubierta. Tifi s –piloto de Jasón– descubrirá nuevos mundos y Thule no será más el último término del mundo”. Humboldt dice que la formación de Colón, al momento del descubrimiento, era una mezcla curiosa de erudición y fantasía. De modo especial revolotearon en su mente las célebres islas del Océano Atlántico. Figuraban frecuentemente en los mapas medievales. La creencia, sin embargo, venía de más lejos. Según Flavio Josefo, los esenios defendían que los bienaventurados iban a descansar a unas islas “afortunadas” que estaban en medio del Océano. San Clemente Romano, en una curiosa carta a los Corintios exponía que en el Océano había unas extensas tierras donde estaba el paraíso. Tertuliano, San Efrén, San Basilio y San Ambrosio pensaban del mismo modo. San Isidoro escribe que el paraíso está en las “islas afortunadas”. El gran San Buenaventura no duda en afi rmar que el paraíso está bajo el ecuador en regiones no habitadas. Dante lo pone en los antípodas de Jerusalén. Dentro del conjunto de las islas afortunadas estaban las de las Canarias hoy. Todo esto le impresionó a Colón y era parte de sus sueños. Con ingenuidad notable escribe al llegar a nuestra Isla, que denominaría “La Española”, lo siguiente: “Grandes indicios son éstos del Paraíso terrenal porque el sitio es conforme a la opinión de los santos y sumos teólogos. Y así mismo las señales son muy conformes, ya que yo jamás leí ni oí que tanta cantidad de agua dulce fuese así dentro e vecina con lo salado. Y si de ahí el Paraíso no sale, parece aún mayor maravilla, porque no creo que se sepa en el mundo de río tan grande y tan hondo”. En 1447 unos portugueses descubrieron una de esas islas y pensaron que se trataba de la Isla de las siete ciudades, ya que sus habitantes hablaban portugués y les preguntaron si todavía se hallaba España bajo el dominio de los árabes. La preocupación por estas islas de fábula produjo en 1539 uno de los descubrimientos más curiosos, el Cibola en América del Norte por Fray Marco de Niza, que lanzó a todos los vientos que había encontrado las siete ciudades. Francisco Vázquez Coronado, tras las huellas del franciscano, se adentró por tierras zuñis. Después del descubrimiento la siguieron mencionando el planisferio de Enrique II de Valois y la Carta de Mercator. Muy lógicamente también la menciona Fernando Colón en la biografía de su padre. Una de las islas de la fantasía era la Antilia o Antilla. Antonio Herrera, el cronista mayor de “Su majestad, de las Indias y de Castilla” dice en sus Décadas que “por las cartas de marear antiguas se pintaban algunas islas por aquellos mares, especialmente la isla que dicen de Antilia”. Behaim refi ere que el año 1414 los tripulantes de un navío español la habían encontrado. A partir de entonces fi guraba ya en casi todas las Cartas. Figuraba en la del veneciano Andrea Bianco (1436), en la del genovés Bartolomé Pareto (1455), en la de Andrea Benincasa (1476) y en el mapamundi de Fray Mauro (1457). La más antigua mención se encuentra hoy en el mapa de Pizzipgani, aunque los epígrafes son muy difíciles de leer. En un Ptolomeo (1278), que le regalaron a Urbano VI, se puede ver la Isla Antilia con una curiosa información: “Hay unas estatuas erigidas a la orilla. De ellas las que están en el fondo indican que por allí se puede navegar. En cambio las que están fuera señalan que por ahí no les es permitido a los marineros navegar”. Pedro Mártir de Anglería fue el primero en aplicar este nombre, Antilla, consagrado por las cartas de Wytfl iet y de Ortelius a todas las islas del Caribe. Un nombre por otro lado que se ha perpetuado. A propósito de esto, resulta muy interesante lo que escribe Colón en su Diario del primer viaje el jueves, 9 de agosto de 1492: “Hasta el domingo en la noche no pudo el Almirante tomar la Gomera, y Martín Alonso quedóse en aquella costa de Gran Canaria por mandato del Almirante, porque no podía navegar. Después tornó el Almirante a Canaria o a Tenerife y adobaron muy bien la Pinta con mucho trabajo y diligencia del Almirante, de Martín Alonso y de los demás, y, al cabo, vinieron a la Gomera. Vieron salir gran fuego de la sierra de la Isla de Tenerife, que es muy alta en gran manera. Hicieron la Pinta redonda, porque era latina. Tornó a la Gomera, domingo dos de septiembre, con la Pinta adobada”. Dice el Almirante que juraban muchos hombres honrados españoles, que en la Gomera estaban con doña Inés Peraza, madre de Guillén Peraza, que después fue el primer Conde de la Gomera, que eran vecinos de la Isla del Hierro, que cada año veían tierra al oeste de las Canarias, que es el poniente. Y otros de la Gomera afi rmaban otro tanto con juramento. Dice aquí el Almirante que se acuerda que, estando en Portugal el año de 1484, vino uno de la isla de la Madera al Rey a pedirle una carabela para ir a esta tierra que veía, el cual juraba que cada año la veía y siempre de una manera. Y también dice que se acuerda que lo mismo decían en las islas de los Azores. Y todos estos en una derrota y en una manera de señal y en una grandeza. Tomada, pues, agua y leña y carnes y lo demás que tenían los hombres que dejó en la Gomera el Almirante cuando fue a la Isla de Canaria a adobar la carabela Pinta, “fi - nalmente se hizo a la vela de la dicha isla de la Gomera con sus tres carabelas, jueves a seis de septiembre”. Es sintomático que Fray Bartolomé de las Casas al escribir la Historia de las Indias dedique cinco capítulos de su libro primero a las Islas Canarias. La razón de haber dedicado esos capítulos a las Islas Canarias nos la expone él mismo explícitamente al comienzo del capítulo 22: “...hemos interpuesto en esta nuestra historia el descubrimiento de las Fortunadas o de Canaria y de la gente dellas porque haya dellas noticia alguna en nuestro vulgar castellano, pues ni en él ni en historia escripta en latín se hallará escripto tan particularmente ni tan a la larga lo que aquí habemos dicho dellas, y parece no ser fuera de propósito referillo, como quiera que cada día, hablando destas Indias, hemos de topar con ellas”. Las Canarias, sin embargo, como dijimos, no sólo fueron parte del sueño sino del proyecto de España en América. La gesta fue cuádruple: exploradora, conquistadora, pobladora y evangelizadora. De todas ellas las Canarias fueron anticipo y ensayo, culminación y salvación. No fue, sin embargo, un anticipo y ensayo premeditado y pre-establecido sino espontáneo y lógico. España se acomodó al ritmo de los acontecimientos y en cada paso sucesivo supo sacar experiencia del paso anterior y acomodarlo al nuevo momento. Con esta clave se entiende perfectamente lo mucho que le sirvió para su presencia en el Nuevo Mund. Su ocupación anterior de las Canarias y su modo de proceder en ellas; en lo político y en la evangelización. Sagazmente ha escrito, Francisco Morales Padrón, a propósito de América: “Cuando nos fi jemos en la organización que España establecerá en América, notaremos que lo que hace es importar cuadros medievales y adaptarlos: la encomienda, los virreyes, los adelantados. América recibirá estas instituciones, variándolas según sus peculiaridades, tal como Europa cristiana hizo con el Derecho romano. Además, la historia medieval de España es una continua historia de conquista y colonización. Es un avance de norte a sur de la Península, arrebatándole tierras al infi el.

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