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TRIBUNA ABIERTA]

La Iglesia necesita hombres fieles

Homilía pronunciada por el Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez en el Palacio de los Deportes el sábado 29 de mayo, en la clausura del Año Sacerdotal en República Dominicana y en la ordenación de nueve sacerdotes de diversas diócesis. 1.- “El espíritu del Señor está sobre mí porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertadÖ para consolar a los afligidosÖ para cambiar su ceniza en corona, su traje de luto en perfume de fiesta, su abatimiento en cánticos”. El gran profeta Isaías se siente bajo el poderoso influjo del Espíritu Santo que le impulsa a consolar a un pueblo que sufre, que necesita la buena noticia; hay mucha gente triste, desmoralizada, sin patria, sin culto, sin cánticos, “no podemos cantar los cantos del Señor en tierra extranjera”, les respondían ellos a quienes les invitaban a cantárselos en Babilonia. Sabemos que al comenzar la vida pública de Jesús, según dice San Lucas, Él se aplicó literalmente estas palabras del profeta, “hoy se cumple esta profecía que acaban de oír”, con ello Cristo inauguraba la era mesiánica. La presencia del Espíritu Santo sobre Él en el momento del Bautismo fue como la consagración a la obra salvífica a que estaba destinado. Pero las perspectivas inmediatas de este oráculo en el momento en que el profeta lo pronunció estaban muy distantes del futuro Mesías que vendría siglos después. No hay duda de que el profeta aludía a los cautivos y desterrados en Babilonia, que volverían a su patria destruida gracias al decreto de Ciro, rey de Persia, cuando venció a Nabucodonosor. Esta realidad histórica no quita la importancia que tuvo la profecía referida a Jesús de Nazaret. Queridos ordenandos, también ustedes son ungidos y enviados a proclamar hoy el evangelio, la Buena Noticia a los que sufren, a consolar a tanta gente triste, a ser mensajeros de paz y de esperanza. Su actitud en este momento importante de su vida debe ser de absoluta confianza en el Señor que los ha llamado, pero también de total disponibilidad para esa noble misión que los identifica con Jesús, el gran Profeta de Nazaret. 2.- Por su parte, el autor de la carta a los Hebreos o sea a los judíos convertidos al cristianismo, se refiere al oficio de Sumo Sacerdote, que Cristo ofrece ante Dios en favor de los hombres. Este oficio debía reunir determinadas condiciones, fundamentalmente dos. Tenía que ser llamado, elegido de entre los hombres, para poder representarlos ante Dios en la presentación de sus dones y en los sacrificios por sus pecados. La segunda condición para el ejercicio del sacerdocio era que fuese un hombre semejante a aquellos en cuyo favor ejercía su ministerio, presentando las oraciones y sacrificios al señor desde la misma situación de aquellos a quienes representaba. El autor de esta carta dice que Jesús es el gran mediador de una alianza nueva y mejor que la conocida por el antiguo pueblo de Dios como había anunciado el profeta Jeremías en el capítulo 31. Su sacrificio es diverso de los ofrecidos anteriormente, es único y definitivo e inaugura ya para siempre la perfecta mediación de quien es, por una parte verdadero Hijo de Dios, y por otra, verdadero hombre que conoce y asume la fragilidad humana en su condición mortal. 3.- El evangelio que hemos escuchado hoy tomado del capítulo 10 de San Juan habla del buen pastor. “Yo soy el buen PastorÖ que da la vida por las ovejasÖ que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre”. Lo que el Señor era para su pueblo en el Antiguo Testamento, Jesús lo es para los suyos. Según los intérpretes, Jesús se dirige a los fariseos. Estos son los pastores que no han entrado por la puerta. Las diversas analogías que aparecen en el texto tienden a poner de relieve la autoridad de Jesús, que es como la del pastor que guarda su propio rebaño y es reconocido por todos aquellos que le pertenecen. Esta enseñanza de Jesús tiene un fundamento totalmente bíblico. Hace referencia a la relación de Dios con su pueblo. Los textos más claros, lo sabemos, son los del profeta Ezequiel 34; 37, 16ss. También conocemos el bello salmo 23, el Señor es mi Pastor, nada me faltará. Queridos ordenandos, el Señor Jesús los ha invitado para configurarlos con Él en la misión de pastorear a su pueblo, a partir de hoy se integran ustedes al colegio de los presbíteros cuya función primordial es servir y pastorear al nuevo pueblo de Dios, y lo harán con la conciencia de que el Señor vino a servir y no a ser servido. 4.- Nuestra celebración coincide con la Clausura del Año Sacerdotal en nuestro país, aunque sabemos que en el plano universal se hará en Roma el día 11 de junio solemnidad litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús, con una gran celebración presidida por Su Santidad Benedicto XVI. Con la ayuda del Señor allí estaremos un grupo de sacerdotes representando al Clero de la República Dominicana. El primer sentimiento que debe primar en la clausura de este año es el de la gratitud al Santo Padre Benedicto XVI por haberlo proclamado con ocasión del sesquicentenario de la muerte del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, patrono de todos los sacerdotes diocesanos y religiosos del mundo. Ha sido un año pródigo en gracias y bendiciones para todos nosotros, en que hemos podido compartir tantos momentos bellísimos de oración, contemplación, intercambio de experiencias y formación permanente. Año en el que hemos experimentado el cariño que nuestro amado pueblo profesa sinceramente a los sacerdotes que le sirven. A lo largo del año hemos podido constatar la prontitud con que las personas han correspondido a nuestras reiteradas invitaciones para muy diversas celebraciones en todas nuestras Diócesis. Gracias por tantas demostraciones de aprecio y gratitud, queridísimos hermanos y hermanas. En la Carta con que el Papa Benedicto XVI convocaba el Año Sacerdotal nos recordaba que “este año desea contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso y decisivo”. Sinceramente creo que este año ha sido un largo momento de gracia para todos los que hemos sido llamados a este noble ministerio. El mismo Papa añadía la frase repetida con frecuencia por el Santo Cura de Ars, “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”. Decía Benedicto XVI: “Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma”. Podría parecer paradójico que en este año, convocado por el Santo Padre como señal de su predilección por todos los sacerdotes, haya habido una verdadera confabulación contra su augusta persona por lamentables hechos y situaciones provocados por la conducta inapropiada de algunos ministros de la Iglesia. Me ha impresionado la serenidad y la firmeza que en todo momento ha mantenido. Pero me consta, además, que son innumerables los testimonios de adhesión y fidelidad a su persona y a su magisterio que ha recibido de tantas personas de la Iglesia y fuera de ella. Volviendo al texto de la carta mencionada, el mismo Papa se refería a esas situaciones cuando escribió: “También hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono. Ante estas situaciones, lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes”. Es lo que yo quiero hoy; resaltar ante nuestros amadísimos ordenandos que sin duda pueden sentirse hasta desconcertados por todo lo que están viendo y oyendo en relación con el sublime ministerio que hoy inician. Jesús dijo: “No tengan miedo, yo he vencido al mundo”. Esta tremenda y consoladora verdad debe animarnos a mantener, como el Papa, la serenidad en estos momentos. Queridos ordenandos, si bien es cierto que un por ciento ínfimo de sacerdotes ha sido infiel a las promesas hechas el día de su Ordenación, la inmensa mayoría ha vivido su vocación con alegría, sencillez y gratitud al Señor. Pero para que esto se logre necesitamos ser hombres fieles a nuestra oración diaria, al rezo de la Liturgia de las Horas, a la celebración fervorosa de la Eucaristía, a la frecuencia con que acudamos al Sacramento de la Penitencia, y a la disponibilidad para escuchar con sencillez a los penitentes en este admirable sacramento, a sentirnos miembros de una verdadera familia que debe ser el presbiterio diocesano, a mantener con su Obispo unas relaciones de cariño, respeto y filial obediencia. Concluyo mis palabras con una cita del Siervo de Dios Juan Pablo II en Pastores dabo vobis, No. 5: “Hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cambia, en efecto, el sacerdote de mañana, no menos que el de hoy, deberá asemejarse a Cristo. Cuando vivía en la tierra, Jesús reflejó en sí mismo el rostro definitivo del presbítero, realizando un sacerdocio ministerial del que los apóstoles fueron los primeros investidos y que está destinado a durar, a continuarse incesantemente en todos los períodos de la historia. El presbítero del tercer milenio será, en este sentido, el continuador de los presbíteros que en los milenios precedentes han animado la vida de la Iglesia. También en el 2000 la vocación sacerdotal continuará siendo la llamada a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo. Pero ciertamente la vida y el ministerio del sacerdote deben también adaptarse a cada época y a cada ambiente de vidaÖ Por ello, por nuestra parte debemos procurar abrirnos, en la medida de lo posible, a la iluminación superior del Espíritu Santo para descubrir las orientaciones de la sociedad moderna, reconocer las necesidades espirituales más profundas, determinar las tareas concretas más importantes, los métodos pastorales que habrá que adoptar, y así responder de manera adecuada a las esperanzas humanas”.

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