Comercio exterior y diplomacia hoy
Conforme a los requerimientos contemporáneos, los asuntos de carácter económico y comercial se han ido estableciendo en las acciones exteriores de los estados como objetivos “autónomos y prioritarios” en forma consistentemente creciente. Asimismo, estos suelen constituir un factor esencial en la dinámica actual de la política internacional. La cooperación y el mantenimiento y fortalecimiento de la paz y seguridad internacionales, tradicionalmente han sido, y siguen siendo hoy, objetivos imprescindibles de la diplomacia. Sin embargo, es evidente que aspectos económicos y comerciales, particularmente los concernientes a las inversiones, a las exportaciones, a la protección y asistencia en este ámbito, entre otros, constituyen una parte fundamental de la actividad diplomática de un considerable número de países. En el marco de la diplomacia de la postmodernidad, la globalización y la “revolución tecnológica” tienden a exigir la modificación, y efectiva adecuación, de los tradicionales roles y responsabilidades de los ministerios de Relaciones Exteriores (y de sus correspondientes servicios exteriores), que suele partir necesariamente de la imprescindible profesionalización de la función diplomática, e incluye prominentemente conciliar, a través de mecanismos institucionales convenientemente establecidos, actividades que antes correspondían exclusivamente a estos, con otros ministerios (o entidades gubernamentales) que tienen competencias comunes en temas tales como los correspondientes al comercio exterior, e igualmente con actores no estatales, con los que debe mantenerse un diálogo constructivo orientado a la cooperación (R. Saner/L. Yiu). En la actualidad resulta esencial “garantizar una mayor coherencia en la identificación sustentada de los intereses económicos nacionales en el exterior, verificándose un fundamental análisis para el desarrollo de un modelo de diplomacia económica capaz de orientar efectivamente a la acción económica externa” (J. Castro). Es evidente que la denominada “diplomacia económica y comercial” se ha convertido en el elemento inseparable de la diplomacia convencional (o clásica), particularmente en su manejo profesional. En ese contexto, J.M. Velo de Antelo, afirma: “Una diplomacia que no se especializa en la promoción económica, o carece de una sólida formación en dicho terreno, corre el riesgo de ver devaluado su papel en los estados modernos”. En la misma dirección, H. Kopp constata: “La diplomacia comercial involucra esfuerzos conjuntos a través de la cooperación entre gobiernos y empresas con respecto a acciones en el exterior para alcanzar objetivos económicos vinculados con los intereses nacionales”. La implementación y desarrollo de la llamada “diplomacia económica y comercial”, suele ser un fundamental proyecto de Estado de consistente y compleja elaboración que requiere una sólida formación de sus ejecutores, concibiéndose para tal propósito los asuntos internacionales económicos y comerciales desde la óptica y perspectiva de carácter multidisciplinar en que se sustentan, y que dada su dinámica exige asimismo una constante actualización de los respectivos conocimientos y de sus “técnicas procedimentales”. En el orden práctico es esencial en este ejercicio contar efectivamente con los recursos tecnológicos que permitan obtener las informaciones necesarias para la formulación de las respectivas políticas, como por ejemplo, el “software” denominado “World Integrated Trade Solution (WITS)”, desarrollado por el Banco Mundial y la UNCTAD, que “busca facilitar el manejo de las bases de datos internacionales sobre informaciones comerciales y diseños de escenarios de negociación que permitan estimar posibles impactos fiscales y comerciales, debido a cambios arancelarios y flujos de comercio”, entre otros asuntos indispensables para esta labor, que son imprescindibles en los “Proyectos para el fortalecimiento de la gestión del Comercio Exterior”. En las cancillerías, el centro de gestión para esta responsabilidad, generalmente está a cargo de un viceministerio o dirección general. Mientras que en las embajadas estos asuntos suele dirigirlos el jefe de misión, quien hoy más que antes cuenta con una sección especializada para estas funciones, al frente de la cual está un consejero (técnico) o agregado económico y comercial. Naturalmente, el encargado de dicha sección está subordinado al jefe de misión y, a través de éste al respectivo ministerio de Relaciones Exteriores, al que corresponde mantener el principio de unidad de Acción Exterior del Estado. En el mismo contexto, J. Remacha sostiene: “Para un Estado, su poder económico, el dinamismo de sus intercambios comerciales y su presencia en los mercados mundiales, le permiten cristalizar alianzas y resolver conflictos que de otro modo no podría”. Empero se tendrá presente que “los réditos políticos de una diplomacia comercial activa no son instantáneos, ni tampoco lo son los dividendos económicos de una amistad política“ (J. Morillas Gómez). Asimismo, J. Albares Bueno observa: “La fuerza política de un Estado no reposa exclusiva y directamente sobre sus parámetros económicos. Es necesario conjugar coherentemente la capacidad comercial con la operatividad en otros campos, y todo ello unido a una gran cohesión social. Es la versatilidad y la síntesis de todos estos factores la que proporciona el peso político de un Estado. Y la diplomacia (profesional) es uno de los instrumentos adecuados para realizar esa síntesis, en la medida que es capaz de utilizar su peso político a favor de las empresas y las inversiones y, a la inversa, rentabilizar políticamente el peso económico de sus nacionales en el exterior”. Téngase presente, finalmente, que la igualdad de oportunidades de los Estados está condicionada al fiel compromiso de sus representantes en el exterior con los intereses fundamentales de la nación. Asimismo, al talento, destreza, conocimientos y correspondiente experiencia con que estos cuenten para el efectivo ejercicio de sus responsabilidades.