DOMINICANEANDO
Entre los palmoteos del aplauso
El aplauso es una antigua manifestación de júbilo que presupone entusiasmo espontáneo. Aplaudir alude a la acción de dar palmadas en señal de aprobación, frenesí, arrebato o delirio. Celebrar, reconocer, aprobar, asentir, estar de acuerdo hacen en ocasiones del aplauso su expresión más recurrente. El que aplaude también se identifica, corrobora, alienta, estimula, haciéndose también de “hecho u omisión” copartícipe conveniente del éxito. Aplaudir en ocasiones podría ser extraña forma de consolación y por qué no decirlo una muestra primitiva de justicia “cimarrona” sin posibilidad de medición objetiva. No obstante, hay aplausos inducidos, aplausos oportunistas, aplausos por contagio y aplausos pérfidos para engañar, simular o hacer el coro de “ese ganado insufrible” del que hablaba Esquilo. De todas maneras, el aplauso tiene cierta relación o demanda con la racionalidad que justifica el acto y la intensidad, forma o medida del aplauso es referente en ocasiones atendible. De todas formas el asunto no se trata de eso, porque es cuestión democrática tener el derecho de aplaudir por lo que sea cuando uno le dé la gana. El hecho político se trata de que el PLD ganó las elecciones y yo no aplaudiré los vencedores, no sólo porque no me dé la gana de hacerlo, sino porque estas elecciones, evento culminante de la racionalidad del más grande proyecto neo conservador de nuestra historia fue producto de la lógica matrera del poder y no expresión de la mayoría. Eso no quiere decir que me sume ahora a la legión de analistas que tratan las incidencias del proceso electoral recién finalizado por la inclinación diletante de hacerlo, pero no renuncio al ejercicio ciudadano de sufrir las consecuencias de ese evento. No creo que la estrategia correcta de la oposición sea el de la negación, y mucho menos el aspecto figurativo del avestruz. Revisar ese asunto peregrino de que se avanzó a ningún sitio, para ganar no se sabe cuándo qué cosa. Tampoco creo pertinente meterse en enredos internos ajenos, so pena de que se le vaya a pegar una patada por entrometido. El asunto que debemos analizar es la verdadera causa de esta “derrota sin ejemplos” del principal partido de la oposición, basada no en lo que no ganó o dejó de ganar, sino en su incapacidad de mover y encauzar el voto de rechazo de una abstención significativa, que en las actuales circunstancias de crisis debió ser la clave del éxito opositor y no la justificación de un mapa morado. No voy a aplaudir las estratagemas de una victoria arrolladora de las minorías, ni mucho menos cebarnos en los errores de una dirigencia opositora llena de contradicciones, incongruencias y falta de sensatez, “culpa del tiempo son” y no de quienes en realidad la tienen. Sinceramente aplaudo sin “cañoncitos de Lilís”, ni fines ulteriores el esfuerzo sacrificado de una masa perredeísta, de más de un millón doscientos mil dominicanos que votaron por el cambio a pesar de todo. La posibilidad del arribo de una nueva voluntad política en la República Dominicana no se ha truncado, muy por el contrario, se vislumbra claramente en el estudio detallado de la contienda recién finalizada y en la articulación de una estrategia realmente opositora, que aprenda las lecciones y no repita obcecada los errores. Para hacer la gran coalición de fuerzas que hagan posible la revolución democrática que sustentamos, tendremos que contar necesariamente no sólo con la promesa de una abstención electoral en gran parte manejada y deseada, sino con esa masa irredenta del PRD, por encima de los errores de sus propios dirigentes. ¡Hay que volver a Capotillo!