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Banca y caligrafía surrealista

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

Uno puede llegar a un país donde la sangre es de clorofila y las lágrimas son una especie de vino tinto y almibarado que incita al canibalismo. Todo caníbal te mira, ya haciéndolo como cualquier intelectual, con el deseo de tragarte vivo. ¿Pero dónde reside tu capacidad de ser tragado, comido, masticado? Reside en ciertos políticos. Porque no hay dudas de que si posees un atractivo que te puede llevar hasta formar parte de un menú, alguien debe estar detrás del menú. En todo tipo canibalizable hay un atractivo especial y alguien que aspira a ingerirlo. Tras toda carne fresca, acechan los que te habrán de comer asado en brasas hechas de palabras. Entre los aborígenes de la tribu esai, en algún lugar del cual no deseo acordarme, el olor del futuro manjar alimenta primero los sentidos y los reyezuelos van tras de ti apurando bebidas espiritosas. Entre los políticos tribales la gente engorda respirando, modelo que los gobiernos quisieran desarrollar dada su economía inaudita por lo miserable. No tendrías sino que llevar contigo tusas secas de maíz mejicano y de pronto saldrían a buscarte los maizófilos. Se acostumbraron a verte como parte de algún mazapán distante o como formando oloroso y pegajoso contrafuerte de zapato que ha pisado hojas de amaranto, y en cuanto llegas, ya eres menú futuro con la misma coherencia del animal mitológico cantado por Silvio Rodríguez cuando era fidelista, hombre muerto, interesante recurso de alimentario esquema en proyecto. No es que sean caníbales, es que pueden ser vegetarianos para los cuales el color verde de las papeletas tiene un llamado especial. Son por tanto vegetarianos que te sienten como si fueras vegetal, y que en el momento en el que respiran tu distancia, saben que parte de tus asentaderas poéticas se contraponen al quehacer de viejas berenjenas pudibundas. Hueles tal vez a lechuga en redoma. Uno puede llegar a un país donde la sangre ya es mabí de bejuco, coñac de uva de playa, y darse cuenta de que el fermento llama la atención de sus habitantes. La incitación caníbal se manifiesta aunque el elemento llamativo no sea la carne, sino el líquido, o el color de una etiqueta de supermercado. Muy posiblemente estas gentes han aprendido a olfatear las palabras que viven engañosas en los tarros de aceituna, y muchos de los que han muerto en tiempo de ayuno han sido en parte un perfumado asomo interrogado por los que practican este canibalismo nada oficial, simple, lleno de eutanasia condimentada y colmado de una sectorial visión política, porque en todo caníbal en busca de menú existe una viva consideración de que lo mejor debe ser aprovechado. Por eso las fotos a color, y los lirios en las tumbas del pasado. En el diario de a pie de un viejo misionero chino encontrado en un cabaret de la calle Enriquillo de entonces, se habla de un naufragio barrial en plena era de los galápagos, cuando se dio muerte al carey de doña Minda y a importantes y hasta melifluas hicoteas gigantescas que llegadas, tal vez de las zona ecuatoriales, imantaron con su lento paso las galerías y zaguanes coloniales. Aun el tal Trujillo era un espermatozoide amenazante. Todavía en las tiendas de animales, llamadas ahora pet shops, existen unas tortugas pequeñas que a los habitantes de Liliputh le parecen notablemente grandes como a nosotros esas de las cuales hablo. Se dice que el olor de estas tortugas grandes, ambiciosas, despierta en los “canibas” del sitio Canopy Bad, cerca del lago Victoria, una desesperante oleada de apetito, y que algunos de estos seres aun no descritos del todo bien por los seguidores de Darwin, los llamados “minoplis”, han elevado al rango de dios oliente, siendo tal vez los únicos seres del universo que tienen el perfume como un dios; de ahí que el menú sea su biblia y su Moisés con tablas de la ley y todo, un árbol de siete cabezas colmadas de rolos y gelatina para sostener las curvas del pelo haciéndolas más llevaderas y mejores racialmente. En mis sueños líricos, productos de una pastillas que el doctor Antonio Selman me receta para mis futuros o posibles ataques de Alhezeimer, veo cómo estos dioses del perfume anidan y desovan para el logro de una mejor y más novedosa sensación de predominio de la calma. Entonces duermo. Sueño con un país en donde la luna seca se deshace como un queso viejo. Es ese país donde la sangre es de clorofila y por ende o no ende, el menú cambia con el clima y no sabe uno el tipo de abrigo que habrá de usar, aunque el de color verde sea el de mayor atractivo y toda lechuga para fines estrictamente literarios se convierta en papel corrugado. La lechuga, su hoja verde, termina siendo el signo bancario que domina los predios del préstamo a plazo fijo.

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