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Mala señal

Lo ocurrido en las recientes elecciones gremiales de la Asociación Dominicana de Profesores, donde resultó imposible unificar los diversos candidatos simpatizantes del Partido Revolucionario Dominicano, con la finalidad de fortalecer sus posibilidades de victoria, merece una reflexión mucho más profunda que la mera interpretación partidista. No solamente no pudieron unirse en una sola plancha, sino que quienes anunciaron la unidad no respondieron a un propósito táctico de éxito para enfrentar al adversario oficialista, sino que presionados accedieron a retirar una que otra plancha sin integrarse decididamente a apoyar la candidata de mayores simpatías. Hay en psicología un principio que señala que no bastan las adhesiones o las palabras de aliento a un propósito si falta la incorporación masiva, el espíritu que galvaniza y proyecta las fuerzas que la materializan. Ausentes de pasión unitaria, los candidatos perredeistas explicitaron su desdén, su ausencia de interés real y sobre todo su ignorancia sobre el papel que le correspondía en una batalla sindical no carente de trascendencia política. ¿Qué está pasando en la mente de muchos dirigentes perredeistas? Evidentemente que el individualismo crónico y la ausencia de objetivos estratégicos está haciendo estragos en sus formulaciones y praxis política, pero la falta de un liderazgo unificador, de un vector que impulse tareas, de una dirección avituallada de componentes ideológicos y con suficiente autoridad moral, está debilitando la voluntad política de Poder. La lucha por lo inmediato, por los intereses sectoriales divorciados del interés mayor que es siempre la conquista del Gobierno, en la amplificación social de metas y en la concepción transformadora de una nación, está oscureciendo la visión del porvenir. La preocupación va más lejos, abocado como está el PRD a la selección de sus nuevas autoridades, no debe perder de vista sus objetivos finales, la lucha no puede agudizarse a tales extremos que haga imposible la reunificación como base esencial del triunfo electoral. Donde intervienen las pasiones, y de hecho intervienen en todas las actividades humanas, es imprescindible vigorizar la reflexión crítica, privilegiar el pensamiento, categorizar un núcleo de pensadores, una élite de la inteligencia, que influya en la conformación de su estrategia política. El PRD no puede seguir jugando al populismo de dirección donde el clientelismo promueve participación en sus organismos de dirección, respondiendo a un malhadado espíritu democrático que corrompe la visión del liderazgo y su influencia en la sociedad. Si se permite una apertura masiva de incidencia en los organismos sin cumplir con los rigores de la inteligencia, la capacidad y la representación social, esa participación estaría corrompida y buscaría reproducir el grupismo como forma de consecución de fines mezquinos. José Francisco Peña Gómez, el más sabio de todos los perredeistas, consciente de los asedios y limitaciones que los sectores conservadores del país imponían a su liderazgo y que de alguna manera influían dentro de la organización, negándole sutilmente sus derechos a ser candidato a la Presidencia de la República, aplicó en un momento dado la línea de abrir los organismos a las bases, hipertrofiando sus estructuras con la finalidad de que la fuerza de masas abortara las conspiraciones que florecían en su contra. Pero Peña Gómez nunca cedió su liderazgo centralizador, jamás se expuso a ser dirigido por las masas, él dirigió las masas, él impuso sus ideas a las masas traduciendo su sentir, formulando sus aspiraciones, pero siempre desde una posición vertical y en algunos casos autoritaria de mando. Las masas no dirigen, irrumpen en la historia, hacen la historia, pero la dirección de sus oleadas reivindicativas está siempre en manos de una vanguardia del pensamiento, donde lo mejor de ella participa. El espectáculo de una dirección política incapaz de dirigir nada ni de imponer nada, pusilánime, medrosa, abierta a todo tipo de chantaje, revestida de voluntad democrática, llevó incluso a seleccionar hace algunos meses a algunos de sus miembros para participar en un foro internacional, sin exigir el mínimo requisito, la mínima demanda de rigor ni de representación política ni social en medio de gritos victoriosos de indigencia y pobreza ideológica. De lo que se trata ahora es de reordenar todo el aparato político de dirección así como la visión orgánica y los proyectos políticos, restablecer el prestigio, reconectar los vínculos con la sociedad, asumir una visión de cambios, impulsar la vocación de poder perdida. La experiencia de la ADP revela la debilidad extrema del liderazgo partidario, la falta de autoridad e influencia en sus decisiones, el espontaneísmo, pero sobre todo el eclipse del “miedo de Dios” que traducido a la política, es pérdida de toda noción de liderazgo o autoridad partidaria, porque en su acepción individualista “todos son iguales y todos se la están buscando”. Quebrar esa idea lastimera es tarea de primer orden de todos los perredeistas que aman su organización, que valoran su mística, sus símbolos y que aspiran a cumplimentar los ideales pendientes de sus grandes muertos y las ideas actualizadas de los cambios veloces que transforman la humanidad.

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