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Recordando a Ramón Rafael Casado Soler

Repasábamos -otra vez- hace poquísimos días, el libro “Dominicana: el país del amor eterno” original del profesor Ramón Rafael Casado Soler, el místico aquel que creó la canción de cumpleaños que comienza diciendo “Celebro tu cumpleaños, tan pronto vi asomar el sol…” Y que se canta ya en la mayoría de los hogares dominicanos, y entre aquellos que se han aposentado en el extranjero. Recordábamos su rostro detrás de unas gafas de armazón negro. Y recordamos también una foto (pues ya no lo vimos personalmente) en la que se presentaba con luenga melena, sin gafas… y también sin vista. Es Ramón Rafael (porque lo que hizo fue cambiar de plano existencial; está en otro lado augusto de la Vida) un ser magnífico en cuyo interior se desarrolló un amor inconmensurable hacia su país. Estando ya Ramón Rafael privado de la visión física, supimos por un amigo mutuo que él intuyó que en poco tiempo no podría ver su entorno, con los ojos de la carne. Y ante esa premonición, el excelente orador, profesor y conferencista se dio a la tarea de pasearse por pocos días por la Zona Colonial de la Ciudad Primada de América. Y en aquel vecindario, el hombre se puso a ver y contemplar los viejos y restaurados edificios; y a algunos de ellos los acarició con sus dedos, recogiendo con ellos la energía vetusta que de aquellos sagrados objetos salían, untados de recuerdos tristes, pero también alegres. En principio, no creíamos que así fuera, pero en una comunicación escrita que tuvimos nos hizo llegar una nota (la cual guardamos, con cariño) en la que confirmaba, sí, que había ido, quizá también recordando a doña Salomé, la mamá de Pedro y Max, a aquellas “Ruinas”. Quisimos reencontrarnos físicamente con Casado Soler antes de su regreso a la Eternidad; intentamos ir a la calle El Vergel, donde vivía, pero como la geografía capitalina se ha extendido tanto nos perdimos… y luego, tarde, sí, casi nos hemos encontrado en pensamiento… Casado Soler abogó siempre por que a nuestro país se le llamara, oficialmente, “Dominicana”. Y en su libro, apunta datos históricos y sociológicos que sustentan esa tesis. Cuando estaba en la dimensión de acá, Ramón Rafael se esmeró siempre en educar. Justo al lado de su casa, en la avenida Francia, en Santo Domingo, tenía, en los años finales del trujillato, una escuelita con el sugestivo nombre de Instituto Dominicana de Superación Personal. De aquella casa, donde vivía con sus padres, lo sacaron, una madrugada, por la fuerza, esbirros de los servicios de represión del trujillismo. ¡Se lo llevaron en calzoncillos! Afortunadamente lo dejaron con vida. Tenemos guardados en nuestro coleto momentos agradables que pasamos con Ramón Rafael. Hubo un tiempo en que, a eso de las cinco de la tarde, (a lo mejor a manera de parodia del poema de García Lorca) nos asomábamos a la esquina de la calle El Conde y Sánchez, a ver pasar a las muchachas salidas de tiendas, de sus casas y oficinas, a lucir sus trajes y la belleza que la Divinidad puso en sus cuerpos. (En eso nos parecíamos, al ya desaparecido declamador Ángel Torres Solares, quien se paseaba por El Conde recitando los poemas aprendidos, para luego decirlos en auditorios) Y en ese trajín, nos llegamos a pasar dos o tres horas mirando, reflexionando, y hablando de las cosas del país. Y de nuestra gente. Los recuerdos se van entrelazando y recordamos una vez en que en el Centro Baha’i de la calle Cambronal con Beller, en Ciudad Nueva, dictamos una conferencia. Uno de los asistentes era don Juan Padilla. El otro (recuerdo sólo su apellido) era Lacay, el papá del magnífico escritor, poeta, ex compañero de trabajo y querido amigo, ya ido, Ramón Lacay Polanco. Aquella noche fue de antología, pues nuestra charla versó sobre los peligros del uso excesivo del alcohol. Y después de eso, fuimos a “celebrar” con tragos hacia Santiago. Ojalá poder seguir celebrando…

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