La JCE y las elecciones sin “fórceps”
El mariscal inglés Montgomery, comandante de tropas, solía decir que una de las cosas de la que se arrepentía era la de no haber dispensado más halagos de los que dispensó. Claro que el vencedor de Rommel se refería al encomio, no a la lisonja barata, no al cumplido oficioso; el “pastor de hombres” se refería al reconocimiento para premiar el mérito, para incentivar la continuación de las cosas bien hechas. Acostumbrados a los derrumbes, adictos al desastre, vivimos postrados a los pies de esa diosa caprichosa de la casualidad que no nos permite oír con sus melismas desquiciados que avanzamos, rompiendo inercias, “bullas” y malas costumbres. En sus formas, nuestra democracia ha evolucionado. Nuestras elecciones han dejado de ser eventos traumáticos cargados de sobresaltos. “Cajas de pandora” manejadas por la malicia de nuestros manes tutelares tropicales, empeñados en asustarnos con fantasma burlones que malogran la esperanza. Ah, esas madrugadas “draculescas” y “morrocotudas”, todos pegados a la radio o al televisor “velando” pasmosos la tragedia. El frío en el alma, el aliento entrecortado, el café, “la tizana de valeriana”, el tilo, el cigarrillo, todos esperando sin dormir el desenlace. La interrupción, el corte, el apagón, el golpe asechado, el “granadazo”, el tiroteo, el “juntazo”, el “lío”, el “rebú”. La cara del sargento estropeado por la “yuca”. La vaina de amanecer en claro para percatarnos de que faltan la mitad de los boletines. “Que dislocaron el padrón. Que se lo llevaron”. El deporte de robarse las urnas, de tirarlas al “zafacón”. Falsificar las actas. Hacer “capú y no te abaje”. Jugar al “escondido”, uno, dos tres, sin el “pisá cola”, esquivando el “topado”. La tinta indeleble que se borra. Todos esperando el parto doloroso, tras la afeitada en el brazo que no cuaja en los lampiños. La “guardia” acuartelada. Que si “entriega”, que no “entriega”, que tienen que entregar, carajo. Los observadores internacionales bebiendo “frío-frío” para la foto del después. Que vieron unos “barcos grises” frente al malecón. Los rumores, la “llamadera”. Que la embajada, que los arzobispos, que el monseñor, que Carter, que la OEA. La gestión esa de los entrometidos. La prensa internacional y los comprometidos. La gente de la sociedad civil, el borracho que se sabe el cuento antiguo y los centros de cómputos de los partidos. El fantasma de “Concho Primo” dando vueltas haciéndonos celajes. Los que juegan dominó. Juan Pablo en cada esquina desconcertado. El patrullaje, los “pico chatos” en sus aguas, el estremecimiento, la impugnación, el pataleo, la alarma, la compra de cedulas, el “cuá-cuá”, “la cadena”, la visita previa del general americano. Los grabadores dándose gusto, que fue, que no fue, que dijo, que no dijo, la “pujadera”, la “punzonoría”, los sudores fríos, los “coge cámaras”, los que pontifican, las canonjías, las sacristías, los “Avemarías”, el “Lomotil”, los sedantes y los calmantes, las ONG, los turiferarios y la parafernalia. La verdad de que “acta mata voto” y que con la computadora y los nuevos sistemas, la planificación y la actitud ciudadana, se fuñó la vaina. Porque con eso, no hay truco viejo que valga. El asunto es que, sin darnos cuenta, la cosa ha venido cambiando. Ahora no hubo “comadronas”, el parto fue natural, no hubo cesáreas, hablaron los que tenían que hablar. Nos portamos bien. La prensa comedida se portó a la altura, no hubo comisionados especiales. Guardias y policías regresaron a sus cuarteles con la satisfacción del deber cumplido. Los plazos se cumplieron y el Cardenal esta vez, no tuvo que “empantalonarse”, haciendo alusión a su hombría irreductible de dominicano puro y buen pastor. Felicitaciones a los magistrados de la Junta Central Electoral que cumplieron con su deber, sirvieron a la ley y pudimos dormir tranquilos. Todos ganamos la partida.
