Mi título de Papa
La familia es el núcleo de la sociedad, eso no deja lugar a dudas. Cuando un hombre y mujer deciden establecer lazos, tiene una prioridad tan grande como el amor y el “hasta que la muerte nos separe”: la de formar el fruto de esa unión y hacer un aporte a las generaciones que llevaran las riendas del mundo en el futuro. En esta compleja misión, la relación estrecha que tengamos con los hijos, sean biológicos o adoptados, y la responsabilidad que asumamos ante ellos es crucial. Tenemos el deber y el compromiso de (trans)formarles en personas de bien que se integren a la Sociedad y tengan la necesidad de hacer sus aportes en ella. Como padres, somos responsables de proveerles a nuestros hijos un ambiente propicio para su desarrollo integral. Aunque asistan al mejor colegio o a la más prestigiosa Universidad, el más completo salón de clases siempre será estar a su lado, dialogar con ellos, predicar con el ejemplo, modelar los valores y principios, ayudarles a enfrentar desafíos y frustraciones, a tomar decisiones, a crecer con reglas, a darles libertad sin autoprotegerles, entre otras muchas tareas, pero sobretodo brindarles el amor más profundo. La sociedad latinoamericana proviene de una cultura patriarcal que heredamos de la colonia, donde la madre tiene la función de educar en casa y el padre de proveer lo necesario para la familia. Gracias a la dinámica que toma el mundo y los cambios de paradigmas, esta realidad se ha transformado y hoy vemos un rol de “papá” más cercano a los hijos. No importa si somos divorciados, si nos volvimos a casar o vivimos solos, la tarea de educar no es sólo de la madre o de los otros miembros de la familia, nosotros los padres debemos asumir este rol de forma activa y constante. No solo es lo correcto, es que eso también nos llena de satisfacción. Ser padre es el título más extraordinario que podemos obtener en la vida. Los títulos que señalan nuestra educación o cargos laborales son dados por el hombre y sus instituciones, el título de padre te lo da Dios con la magia de dar la vida. Con eso, nada compite. Soy un feliz afortunado de llevar ese título desde 1997, cuando Andrea llegó a mi vida, y como ese título me gusta, ando buscando ampliarlo en el futuro inmediato con la llegada de otro hijo a la familia. Desde que somos padres, vemos todo con otra óptica, entendemos más fácil el cariño de nuestros padres, las prioridades se ajustan y somos mejores esposos, compañeros y seres humanos. Este sentimiento no se celebra en un solo día, como los hacemos los dominicanos en el mes de Julio, se celebra los 365 días del año. A menudo nos tropezamos con encrucijadas que debemos profundizar, pero seguir firmes en el camino. Los medios nos informan sobre los altos índices de violencia familiar, los abortos, niños abandonados, las brechas sociales, las drogas y otro centenar de problemas que agobian a nuestra Sociedad. Esta realidad debe ayudarnos a ser mejores padres, a ejercer nuestras relaciones con responsabilidad y a evitar daños a nuestra familia. Hace poco leí en Internet que “un padre se enaltece cuando da un paso hacia adelante y asume su responsabilidad como tal, amando, orando y haciendo siempre lo que pueda por su familia sin darse nunca por vencido”. Así vivo mi vida, siendo padre y esposo a tiempo completo. Créanme, esa es la vida, la verdadera vida.
