DOMINICANEANDO
Leonel, el gran subestimado
Según la visión general de la táctica, subestimar al enemigo es un error que casi siempre se paga con la derrota o con la muerte. “Al enemigo jamás se subestima”, dicen los “guardias”, y en asuntos de seguridad, no hay “pendejada” ni disparate que no merezca tomarse en cuenta, ni previsión que sobre. El refranero popular, fuente regularmente “subestimada” de sabiduría añeja, recoge la sentencia afirmando que: “No hay enemigo pequeño, ni rival chiquito”. “Ningún enemigo es bueno por flaco que sea”, dice “sabihondo” el campesino dominicano, como si recapitulara el asunto de una forma más práctica, más llana y más grafica. Por algo el general Pedro Santana decía sentencioso a sus compadres: “A veces es necesario en política matar a un mosquito de un cañonazo, por si acaso”, como si replicara con su “dicharachería” el proverbio árabe que reza: “Aun cuando tu enemigo sea una hormiga, témele”. El presidente Fernández es, entre otras cosas, un hombre “suertudo” y, entre otros dones y atributos, goza de la fortuna de que sus contrarios sistemáticamente lo subestimen, a pesar de sus reiterados éxitos políticos, sus reconocidas dotes de intelectual y ese manejo astuto y sentido matrero que, según el mismo líder, ha tenido que aprender en el camino, como si se lo impusieran para seguir en el juego. Por eso algunos lo subestimaron en su propio partido. “Se perdieron en lo claro”, teniéndolo demasiado cerca y aparentemente conociéndolo bien. Por eso vemos que, desde el principio, el inolvidable Peña Gómez, al serle advertido de las potencialidades del joven rival por allá por 1995, no duda en definirlo como un: “pollito nuevo que estaba despuntando, y que no estaba para ahora”, exactamente cuando estuvo para esa fecha en cuestión en 1996. A partir de ahí, a pesar de que estaba claro que la primera tarea de Hércules, según la mitología griega, en sus “Doce trabajos”, era y fue siempre “vencer al León de Nemea”, se subestimó ese producto original de Villa Juana hasta la necedad. Para algunos miembros de la oposición y para muchos de sus contrarios, “el hombre vivía en el aire”, “no aterrizaba”, “le temblaban las piernas”; “le sudaban las manos”, “se le apretaba el “pichirrí”, “pasaba el día jugando Nintendo”. O gastaba su tiempo en otras caballadas poco prácticas, como leer libros, pensar, investigar, articular ideas o navegar en la Internet. Leonel Fernández entró en ese club exclusivo de la historia dominicana, del que hablé hace unos meses, y sigue esperando entre agravios e insultos que parecen resbalarle, que lo sigan subestimando, no sólo porque “el que gana es el que goza”, si no porque sería insólito que haya quienes a estas alturas del juego, sigan creyendo en los “huevos pintos de la lechuza”, cuando la experiencia debe haberles enseñado que debajo de cualquier “yagua sale tremendo alacrán”.
