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Literatura

La aventura del conocimiento

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Dr. Enrique Sánchez CostaSanto Domingo, RD

Pocos mitos li­terarios alcan­zan la fascina­ción del Rey Arturo y sus caballeros de la Mesa Re­donda. Entre sus primeros creadores destaca el fran­cés Chrétien de Troyes, au­tor de cinco novelas artúri­cas en verso hacia finales del siglo XII. Es el creador de Lanzarote, que recorre el mundo para rescatar a la reina Ginebra, de la que se enamora. Y es el creador, también, de un persona­je enigmático −Perceval−, cuya historia traza en El cuento del Grial (ca. 1180).

Nuestro protagonista cre­ce en el bosque (la Yerma Floresta), alejado de toda sociedad. Su madre (la Da­ma Viuda), que ha visto mo­rir a su esposo y a sus dos hijos mayores en hechos de armas, intenta apartar al hi­jo menor del peligro. Pero un día el chico encuentra a cinco caballeros armados y, cautivado por el esplendor de sus armaduras, decide ir a la corte del Rey Arturo a hacerse armar caballero. La madre cae desvanecida, pe­ro el hijo sigue su andar pre­suroso, sin auxiliarla.

Una vez instruido y ar­mado caballero, el joven parte en busca de aventu­ras. En un castillo libera a Blancaflor de sus asediado­res y tiene amores con ella. Al cabo, ¿qué caballero pue­de llamarse tal sin un amor que impulse su arrojo y guíe su destino?

Un día, en el misterio­so Castillo del Rey Pescador, el joven caballero presen­cia en silencio un séquito de muchachos y doncellas que transportan una lanza blan­ca cuya punta sangra sin ce­sar, un grial (cáliz) de oro, un plato de plata y candelabros. Al día siguiente, el castillo amanece vacío. El caballero encuentra afuera a su prima, que le reprende por no ha­ber formulado las preguntas esenciales (¿por qué sangra la lanza?, ¿a quién se sirve con el grial?), que hubieran curado al rey tullido y le hu­bieran devuelto sus tierras. ¿Por qué no preguntó? Por su pecado, dice la prima: por no haber socorrido a tu madre, “que murió de dolor por ti”. La conciencia de su res­ponsabilidad revela al ca­ballero su identidad. Por primera vez descubre su nombre: Perceval el Ga­lés. Más adelante, ve cómo un halcón ataca a un gan­so del que caen tres gotas de sangre sobre la nieve. “La sangre y la nieve jun­tas le recuerdan el fresco color que hay en el rostro de su amiga y piensa tanto que se queda ensimisma­do”. La lejanía de Blanca­flor ha ahondado su amor por ella. De la presencia fí­sica ha pasado a la visión metafórica y, de esta, a la contemplación espiritual.

Llega Perceval a la cor­te de Arturo, entre vítores. Pero él conoce su falta. Y, ante todos, se comprome­te a una búsqueda con­tinua, “hasta que sepa a quién sirven con el grial y hasta que sangra, de for­ma que le digan la verdad probada de por qué san­gra”. Perceval ya no enca­minará su heroísmo hacia la violencia, sino hacia la búsqueda de la verdad so­bre la lanza y el grial: hacia la pregunta indagadora, ha­cia la aventura perpetua del conocimiento.

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