Diplomacia
El importante rol de representar la Patria con elegancia
Conciliador
- Un representante que escucha, que conecta y que genera confianza, gana respeto en cualquier escenario.
Ser conciliador no es sinónimo de debilidad; es una muestra de madurez, dominio emocional y visión estratégica.
Cuando representamos al país, mostramos al mundo no solo nuestros logros, sino también nuestras raíces. Por eso, el respeto hacia los símbolos patrios —la bandera, el escudo y el himno— debe ser absoluto. La Ley 210-19 sobre el Uso de los Símbolos Patrios los define como “expresión viva de la independencia y la soberanía del pueblo dominicano”, y prohíbe su uso con fines comerciales o partidistas.
Llevar un pin de la bandera nacional en la solapa izquierda del traje, con el color azul hacia arriba, es un gesto de elegancia y sentido patrio. Más que un adorno, es una declaración silenciosa de amor a la nación. En diplomacia, los detalles hablan, y este pequeño símbolo proyecta respeto y orgullo.
En el ámbito académico y diplomático, el protocolo exige sobriedad, discreción y respeto en todos los sentidos. El vestuario debe ser pulcro, impecable y conservador, reflejando la seriedad del espacio que se ocupa. El peinado clásico y cuidado complementa una imagen profesional y confiable.
Es importante desterrar la idea de que la inteligencia o la genialidad están reñidas con la buena presencia. El conocimiento y la imagen deben ir de la mano. Como bien reza el dicho popular: “Así como te ven, te tratan”. La apariencia comunica, y en un entorno global cada vez más visual, proyectar orden, equilibrio y coherencia personal resulta indispensable.
Evitemos, entonces, que se repitan frases como “es brillante, pero siempre luce desaliñado”. Vivimos en una era donde la percepción y los resultados conviven bajo la mirada pública, y donde las redes sociales —con su inmediatez y sus memes— pueden amplificar tanto los aciertos como los descuidos. La elegancia, en diplomacia, sigue siendo sinónimo de respeto.
Actitud diplomática: firmeza y empatía
El comportamiento de un representante debe ser jovial pero firme, empático sin ser débil. La amabilidad, cuando se equilibra con determinación, refleja seguridad y liderazgo.
Como enseña el versículo bíblico: “Sed mansos como palomas, pero astutos como serpientes” (Mateo 10:16). La verdadera diplomacia consiste en resolver sin confrontar, persuadir sin imponer y defender con inteligencia las posiciones nacionales.
Ser el rostro de un país implica no pasar desapercibido: hay que ser visible, participar con voz segura y actuar con convicción. El diplomático moderno debe saber cuándo hablar y cómo hacerlo, siempre con respeto, prudencia y, de ser necesario, con la debida autorización de su gobierno.
El ex secretario general de la ONU Boutros Boutros-Ghali decía que “la diplomacia moderna no se ejerce solo en las cancillerías, sino también en la manera en que los pueblos se relacionan entre sí”. Cada interacción es una oportunidad de proyectar el país con altura y construir confianza.
El marco legal de la representación
El Convenio de Viena sobre Relaciones Diplomáticas (1961) y la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares (1963) son los pilares jurídicos que regulan la diplomacia contemporánea. Estos tratados establecen la inviolabilidad de las sedes diplomáticas y el respeto a los representantes extranjeros, garantizando que sus personas, correspondencia y locales estén protegidos.
El artículo 46 del Convenio recuerda la importancia de cumplir los tratados internacionales “con el ánimo de honrar los pactos y evitar interpretaciones que desvíen su sentido obligatorio”. En el caso de los representantes dominicanos, esto cobra especial relevancia en misiones bilaterales o multilaterales, donde las decisiones deben estar alineadas con la política exterior establecida por el Presidente de la República.

