Vivir el dolor, sana el alma…

Crónica Ligera

Ana Mercy Otáñez

Ana Mercy Otáñez

Vivimos en un mundo que constantemente nos empuja a evitar el dolor a toda costa. Nos rodean distracciones y mecanismos que nos invitan a evadir el sufrimiento. Sin embargo, se nos olvida que el dolor emocional es inevitable y necesario para nuestro crecimiento.

"Deja que te duela", aunque puede sonar contradictorio, viniendo de una persona que promueve la alegría, es una realidad a la que te invito a abrirte: la posibilidad de experimentar el dolor en su totalidad. No para deleitarnos en él, sino para aprender y transformarnos.

El dolor es una de las emociones más profundas que podemos experimentar. Todos hemos pasado por situaciones que nos han desgarrado el alma: la pérdida de un ser querido, el fin de una relación o el fracaso de un proyecto. En esos momentos, el dolor nos invade como una ola imparable. Lo correcto es darnos el permiso de sentirlo. En lugar de rechazarlo o reprimirlo. El dolor tiene mucho que enseñarnos. Nos muestra nuestras vulnerabilidades y heridas no sanadas, indicándonos las áreas que necesitan atención, curación y cambio.

Cuanto más resistimos el dolor, más se intensifica. Se convierte en una sombra constante que afecta nuestras decisiones y relaciones. Por eso, es necesario vivir el luto que trae el dolor, ese que atraviesa el corazón y nos deja un vacío profundo. Esto no significa rendirse, sino que es un acto de valentía. Dejar que nos duela es darnos permiso para llorar y sentirnos vulnerables, sin juicios. A través de la aceptación, el dolor pierde su poder sobre nosotros. Lo que realmente asusta es la resistencia, no el dolor en sí. Al aceptarlo, descubrimos que no es tan aterrador como parecía.

Cuando dejamos que nos duela, abrimos la puerta al proceso de sanación. El dolor no es permanente. Al experimentarlo en su totalidad, comenzamos a renovarnos y, con el tiempo, se disipa. Aceptar el dolor nos conduce a conocernos más profundamente. Cada lágrima y cada momento de desconsuelo nos da la oportunidad de redescubrir quiénes somos. Aunque es esencial permitir que nos duela, no debemos quedarnos atrapados en ese estado para siempre. Una vez que lo hemos experimentado, llega el tiempo de soltarlo y seguir adelante. El dolor nos enseña algo nuevo sobre nosotros mismos.

El dolor no es el fin; es una etapa de nuestro viaje. Es el terreno donde nacen la resiliencia, la fortaleza y la sabiduría.

Deja que te duela, pero recuerda que después del dolor viene la sanación y una nueva claridad sobre quiénes somos. El dolor, muchas veces, es un mensajero disfrazado que nos obliga a replantearnos nuestras prioridades, creencias y propósitos. Al atravesarlo, encontramos el sentido a cada una de nuestras experiencias, incluso en aquellas que parecían insuperables.

La próxima vez que el dolor te invada, no huyas. Vívelo. Deja que te duela. Porque al otro lado del dolor te espera una versión más fuerte, sabia y conectada contigo misma.

¡Con Dios!

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