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LETRAS

Isabel Allende: Me arrepiento de no haberme acostado con alguien por mojigata

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Fátima UribarriSanto Domingo, RD

Tiene nueva casa y nuevo marido, pero conserva las mismas ideas feministas e incluso ahora, a los 78 años, es más combativa. En lo político, habla de revolución y de lucha; en lo privado, confiesa sus errores al repasar su vida, azarosa, tocada por el éxito y la tragedia. Nos cuenta que el confinamiento ha sido para ella una luna de miel y reconoce que no tiene miedo: ni a la vida ni a la muerte.

Se ha levantado a las seis de la mañana. Para que le dé tiempo a todo, explica. No sale de casa, pero sigue arreglándose con primor y trabajando con disciplina en el despacho del ático de su nueva casa en California. Ahora vive con menos cosas, con dos perras y un nuevo marido. Y sigue muy activa, acaba de publicar Mujeres del alma mía (Plaza y Janés), donde habla de su feminismo rebelde, y ya está con otro libro.

No ha perdido coquetería con los años. Isabel Allende. Para nada. La vanidad no la he perdido. Espero que sea una de las últimas cosas en irse. Mi mamá -que era exquisita- decía que con la edad uno aprende humildad, pero no tienes que renunciar necesariamente a la vanidad. Se murió con 98 años.

¿La echa de menos? I.A. Mucho. Terminaba el día y yo le escribía lo que había pasado. Era como escribir un diario. Ahora, que no tengo con quién hacer eso, me parece que los días se pegan unos con otros, son todos iguales. Siento que no hay un registro de la vida. Y la memoria es bien frágil.

Cuenta que se hizo feminista de niña al ver que su madre se encontraba en una situación de desventaja.

I.A. No era un poco de desventaja, era una gran desventaja. Era una mujer separada en un país católico conservador en esa clase que en Chile llamamos ‘momia’.

¿Momia? I.A. Esa gente que vive un poco en el pasado, muy conservadora, influenciada por la religión. Había chismes alrededor de cualquier cosa que hiciera mi mamá. Estaba muy limitada, y lo que la limitaba más era que dependía económicamente de su padre y de su hermano mayor. Y después, de mi padrastro. Yo me propuse desde chiquita que me iba a mantener sola. Si dependes económicamente de alguien, no eres libre.

Su abuelo y su padrastro eran machistas, pero usted los absuelve.

I.A. Es que mi abuelo nació en el siglo XIX, no se podía esperar que tuviera ningún concepto de igualdad de género. Mi abuelo era autoritario, pero al mismo tiempo generoso y buena gente. Estuvimos muy cerca él y yo. Siempre. Me crie en su casa. Para mi abuelo, tener una nieta feminista era como tener un monstruo. Pero me quería.

¿Cómo salió de ahí? I.A. Yo ni sabía que existía la palabra ‘feminista’, para mí era como una rabia interna que se manifestaba a través de una tremenda rebeldía. Pero no participé de un movimiento feminista hasta que entré a trabajar en la revista Paula. Entonces empecé a leer a las feministas americanas y europeas y a darme cuenta de que existía no solamente un movimiento, sino un lenguaje articulado para expresar eso que había sentido yo toda la vida.

Ese trabajo cambió su vida. I.A. Me lanzó a la calle. Tenía que entrevistar a gente, investigar, hacer reportajes. Por primera vez sentí que pertenecía a algún lugar, y que tenía algo que hacer y que decir. Estaba recién casada, con niños chicos. En la casa, yo era una verdadera geisha, una mamá tradicional. Apenas salía de la casa, era otra persona.

¿Qué es el feminismo? I.A. Para mí es el esfuerzo colectivo por cambiar el patriarcado que ha regido el mundo por milenios, por lograr una civilización en la que hombres y mujeres nos repartamos de forma equitativa la gerencia del mundo y que los valores masculinos y femeninos tengan el mismo peso.

¿Lo ve posible? I.A. Sí, pero no lo voy a ver yo. Lo verán mis nietas, tal vez mis bisnietas. Cuando yo comencé con esto, tenía 20 años y creía que era una lucha tan justa que en 10 o 15 años ya estaría listo. Y mira tú.

¿Le parecen justificables los excesos en busca de ese fin? I.A. Sí, porque hay que hacer ruido. Si no hay ruido, no creas conciencia, no llamas la atención sobre el problema. Si las mujeres no gritan, ¿crees que les van a prestar atención por lo lindas que son? No. En toda revolución se llega a extremos para después encontrar un punto medio. Yo no tengo miedo de los extremos. Y, además, muchas veces hay un culatazo de regreso.

¿A qué culatazo se refiere? I.A. Después de los movimientos feministas de las décadas de los sesenta y setenta, las muchachas jóvenes no querían decir que eran feministas porque no era sexy. Los hombres fueron muy hábiles al convertir el feminismo en algo antifemenino. Se han necesitado años para que surja una ola de feminismo joven como el #MeToo.

¿Por qué surgió en ese momento? I.A. Las cosas se dan porque maduran y llega un momento crítico en el que estallan. ¿Por qué se produjeron la Revolución rusa o la francesa? Porque se llega al tope de lo que se puede soportar.

¿No cree que cambiarán muchas cosas con la pandemia? I.A. Sí, cambiarán, pero no necesariamente para peor. Creo que va a haber una crisis económica tremenda. Pero en estos meses, tal vez años, por primera vez en la historia la humanidad tiene conciencia de que somos una sola familia. Y eso no se nos ha sedimentado; estamos todavía en el proceso, pero cuando pase vamos a tener ese nuevo conocimiento de la globalización humana. La globalización ha funcionado para las drogas, para las armas, para el dinero, para el capital, para la corrupción, pero no para los seres humanos. Tengo la firme esperanza de que hemos aprendido una lección tremenda.

¿Cómo le ha afectado a usted, qué se ha replanteado? I.A. Yo ya había hecho un cambio en mi vida. Hace cinco años me separé de mi marido, William Gordon. Teníamos una casa grande, una gran piscina… todo eso se terminó. Cuando nos separamos, vendí la casa. Me compré una casita chica, me deshice de todo con la idea de vivir con lo mínimo y con mi perra muy cómodamente y con cierta elegancia, que tampoco estoy viviendo en una celda. Y en esto se muere Willy, heredo una segunda perra y me cayó un novio y, finalmente, un marido.

¿Le cayó un novio? ¿No lo buscó? I.A. En este caso, no [se ríe]. Yo había decidido absolutamente -imagínate, tenía setenta y tantos añosque yo ya estaba lista para la última etapa de mi vida y vivir sin compañero, porque las relaciones de pareja son complicadas y empezar con el tremendo bagaje que uno trae con esa edad no es fácil. No me propuse tener novio. Para nada. Me cayó del cielo [se ríe].

¿Cómo fue? I.A. Él iba conduciendo de Nueva York a Boston y me oyó por la radio. Escribió a mi oficina. Escribió por la mañana y por la noche durante cinco meses antes de conocerme. Yo no lo busqué: cayó por la radio.

Y cuajó la cosa. I.A. Ahora estoy con un señor que habla fuerte, es desordenado y ocupa un tremendo espacio. Estamos muy bien, hemos pasado la pandemia como una larga luna de miel y nos ha servido para conocernos más. Ha sido bueno. Pero ya había echado yo mucho por la borda. Ahora, me doy cuenta de cuánto menos necesito. De partida, creo que no voy a volver a viajar a menos que no sea una urgencia, nada de conferencias ni de cosas públicas, no necesito publicidad, no necesito ropa. Hay una sensación de despojarse, de libertad que me ha dado la pandemia. Y no me ha pesado tanto estar encerrada porque mi trabajo ha sido siempre estarlo. En tiempos normales, yo paso muchas horas sola y en silencio.

Dos veces dejó todo por amor, ha sido una mujer apasionada. I.A. No tanto apasionada como imprudente, tonta. La primera vez me arrepentí mucho.

Pero usted dice que de mayor uno se arrepiente de lo que no ha hecho. I.A. Yo me arrepiento de lo que no he hecho y de algunas cosas que he hecho, sobre todo cuando he hecho sufrir a otra gente. Y esa primera vez que me escapé, me fui por amor detrás de un argentino. Abandoné a mi marido y a mis hijos y de eso me arrepiento hasta hoy. Fue una tontería. La segunda vez, cuando dejé a Willy, tenía que hacerlo. Eso no funcionaba.

¿De qué se arrepiente de no haber hecho? I.A. ¡Uf! Cuántas veces, en vez de pasarlo bien, de irme de vacaciones, opté por trabajar, por quedarme terminando un proyecto, ese tipo de cosas. Y seguramente más de una vez no me acosté con alguien por mojigata. Eso también es un poco triste [se ríe] porque podría tener no sé yo… una colección si me lo hubiera propuesto, pero no pasó.

¿Cuándo es mejor el sexo? I.A. El mejor sexo es cuando estás enamorado.

¿Le sorprenden las interpretaciones que los lectores hacen de sus libros? I.A. Me sorprenden y me encantan. Yo lo que quiero es contar una historia y nunca me imagino que pueda tocar a una persona en Finlandia que me escribe y me dice: «Oye, mi familia es igual a la tuya, me copiaste mi familia, ¿cómo sabías tú que mi papá era así?» [se ríe].

¿Cuáles son sus planes? I.A. Seguir escribiendo. Acabo de terminar el primer borrador de una novela. Y seguir, en lo posible, con mi marido y con mis perras. Nada más.

En 2014, el entonces presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, le entregó la medalla de la libertad.

La casa de los espíritus fue un superventas. En 1993 se hizo una película. Aquí, Isabel Allende con Vanessa Redgrave y Meryl Streep en el rodaje.

Su tercer esposo es el abogado neoyorquino Roger Cukras. Él se enamoró de ella al escucharla por la radio. Aquí, el día de su boda.

Isabel Allende se crio en una familia tradicional. Se casó muy joven y tuvo dos hijos. Vivía en Chile cuando tuvo lugar el golpe militar que derrocó a su tío Salvador Allende. Se exilió en 1975.

La reina de las obras de lecturas inmediatas.

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