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Momentos

El amor: La vacuna que nos salvará

Cuánto disfruté de un maravilloso post que subió mi hijo Raúl Cohen a su cuenta de Instagram donde decía: “Todo ser humano merece el mismo respeto”, mi corazón se sacudió al recordar lo que el mundo ha vivido tras la muerte de George Floyd. Se han desatado protestas y un remolino racial sin precedentes. Y me pregunté ¿qué está pasando en Estados Unidos? Da mucha tristeza que en pleno siglo 21 muera alguien por racismo, que estemos hablando de este tema, que nos estemos peleando por el color de piel. Es una ola de indignación que ha salido del territorio norteamericano y ha vuelto abrir una herida tan profunda y dolorosa como es el tema racial.

Es increíble que no podamos ver lo prioritario, lo esencial. Cuando comenzó esta pandemia todos quedamos aterrorizados por su contundencia y hasta por primera vez nos unimos en reconocer que la humanidad necesitaba de un cambio radical en una palabra; el ser humano tiene que rescatarse de sí mismo. El mundo cambio aunque tengo que reconocer que muchos no se han dado cuenta que lo esencial es el amor, lo fundamental es darnos más a los demás. Cuando reconozcamos eso, el mundo será diferente, seremos una sola raza sin fronteras. Es al amor que debemos abocarnos todos.

Maravilloso encuentro

El tiempo de Dios es perfecto porque me ha dado la oportunidad de un maravilloso reencuentro con un Cristo más vivo y fiel en su promesa. En este tiempo mi relación con Él se ha hecho más íntima, he aquietado mi mente y me dejado llevar, he sido obediente, en el silencio de esas largas noches cerraba mis ojos y sentía su divina presencia, un diálogo honesto, me confesaba noche tras noche. Podía parecer una loca hablando a solas, ¡pero qué bien le hizo a mi vida! He podido aliarme a los sueños e inquietudes de mis hijos. Acompañarlos, conocerlos más en una unión tan fluida, tan sincera. Me he dejado cuidar de ellos, sentir el amor que me profesan es como una fiesta en mi corazón, es como los fuegos artificiales al término del año que me llenan tanta alegría e ilusión. También me ocupé de mi fe, de revisarla, llegar al fondo cuál mar profundo. Cuantas preguntas contestadas, cuantas lágrimas derramadas. Me siento plena y tan Feliz con ese Dios vivo que me ama tanto. Cristo ha sido mi refugio, el único que conoce mi corazón. Pero para sentir esa paz tenemos que dejar que Él guíe nuestras vidas en su infinita misericordia. En buenas manos estaremos porque nos amó primero. Dios transforma al hombre siempre para lo bueno para lo que nos hace felices y realizados.

Gracias a su misericordia

Así es la misericordia de Dios, una gran luz de amor, de ternura. Dios perdona pero no con un decreto, sino con una caricia, porque Él está implicado en el perdón, está implicado en nuestra salvación. El amor de Cristo que supera todo conocimiento humano, lo supera todo. Así de grande es el amor de Dios. Un poeta decía que era como “el mar, sin orillas, sin fondo…”, pero un mar sin límites. Y éste es el amor que nosotros debemos entender, que Dios nos tiene aunque seamos pecadores.

Finalmente nos dice el papa Francisco: “Necesitamos que el Espíritu Santo nos dé ojos nuevos, abra nuestra mente y nuestro corazón para enfrentar este momento y el futuro con la lección aprendida, somos una sola humanidad. Nadie se salva solo. Nadie”.

¡Les dejo mi ternura!

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