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El cuento de un niño que no quiso ser marinero

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Coordinación: Ivelisse VillegasSanto Domingo

Esta es la historia de un niño que pudo ser pescador porque nació y creció a la orilla de la mar. O quizá debió ser agricultor, pues su padre era un fecundador de la tierra. Además de la costa, el pueblo donde creció este chico estaba rodeado de bosques y de ríos.

- ¿Entonces este muchacho era un aventurero?

- No, era tranquilo, de esos que los mayores llaman obedientes. No era rebelde ni pícaro y pocas veces anduvo buscando la quinta pata al gato.

Su vida nada ha tenido que ver con la de un niño abandonado por sus padres, pero tampoco pasó por su mente escapar de la casa y dormir en zaguanes, callejones o vehículos abandonados.

- Entonces ¿qué hizo este niño que merezca contarse?

Bueno, lo más notorio de este niño es que ha sido un niño normal: cumplir con las tareas escolares y hogareñas y relacionarse con sus hermanos, primos y amigos. Y claroÖ era soñador.

Nació en un pueblo pequeño y muy incomunicado llamado Miches, en un hogar de gente común. Nació a mitad del siglo. Fue precisamente el quinto de los diez hijos de Alejandro y Herminia.

Tuvo escasos juguetes y ningún libro de cuentos o poesías infantiles, más bien hubo, como los demás niños, de usar para sus juegos elementos de su entorno: caracoles, ruedas de javilla, plumas de gallo, y caminar por la periferia del pueblo capturando cangrejitos o recogiendo almendras en la playa.

En aquella existencia lenta y apacible disfrutó también el privilegio de reunirse de noche con hermanos, primos y vecinos a contar cuentos. Todo empezaba cuando uno de los muchachos preguntaba a los demás: Si del cielo cae una canasta de huevos ¿cuántos tú coges? Según la respuesta sería la cantidad de cuentos a contar. Qué miedo. Nunca se cumplía porque a cierta hora una voz adulta instaba a romper la taza y cada uno para su casa.

-Entonces ¿cuándo usted contará algo importante que haya hecho ese muchacho?

Bueno, no desesperes, él asistía a la escuela primaria de su pueblo y ayudaba en la casa en tareas como atender el cacao puesto al sol, pues producir cacao era la principal actividad de su padre. Luego era llevado a los terrenos familiares y así se inició como aprendiz de agricultor.

Cuando se casó la hermana mayor, salió del pueblo porque su esposo era un militar y lo mandaron a otros pueblos. El niño de esta historia fue enviado por su padre a ayudar a la hermana en el cuidado de su bebé, así se hizo aprendiz de niñero.

-Entonces ¿qué es lo extraordinario, quiero saber qué es lo sensacional?

Bueno, esto sí te gustará. El niño de esta historia, que ya estaba en sexto grado, se fue con su hermana y el bebé hacia Sabana de la Mar, donde esperaba el esposo.

El día del viaje, y también el anterior, llovió sin control en la región. El río Yabón corría como loco fuera de su cauce. Había un puente en construcción avanzada, pero no terminada. En un lado no empalmaba con la carretera. El muchacho y su hermana, con el bebé en brazos, pisaban una superficie de lodo y desde ahí era preciso subir al puente por una débil escalera de palitos.

El chico relató esos hechos en la primera carta que remitió a su padre. La respuesta del padre llegó llena de asombro acerca de cómo su hijo había escrito aquello. Tanto le agradaron los comentarios de su padre que esa historia se la contó a muchas personas durante años.

Retornó a su pueblo y a la escuela Lucas Guibbes, por igual retomó su aprendizaje de agricultura. El padre del niño de esta historia era visitado por un agrónomo mocano y conversaban de la vida, del campo y otros asuntos. Una noche se oyó al agrónomo decir que aquel muchacho sería el literato de la familia.

-Entonces, por fin, ¿qué fue lo que hizo el muchacho?

Bueno, se hizo aprendiz de sastre. Terminado el octavo grado, se sintió llamado para otro aprendizaje. Viajó a Licey al Medio, para llegar hasta el seminario San Pío X y allí se convirtió en aprendiz de sacerdote.

Por primera vez vio una biblioteca, además de adquirir textos para cada materia.

Terminó el bachillerato en Higüey y regresó a su pueblo, pero esta vez sus juguetes no eran caracoles ni carritos con ruedas de jabilla. El muchacho se hizo aprendiz de periodista. Y sacó, junto con su amigo Leonardo Mauricio, un periodiquito mecanografiado que se llamó Miches Avanzando. Afloraba la vocación literaria.

Cuando ingresó a la UASD, en 1971, ya era aprendiz de escritor. Se graduó en Comunicación Social y se hizo también aprendiz de político. En una prueba de aptitudes a la que fue sometido en la UASD aparecía la pregunta: ¿Qué cosa que usted nunca ha hecho quisiera hacer? Sin vacilación, respondió: Escribir una novela.

Veintidós años después pudo realizar ese propósito. “Residuos de sombra”, fue la primera novela.

-Entonces, ¿es un muchacho o es un hombre?

Bueno, los niños crecen y se hacen hombres, las niñas crecen y se transforman en mujeres. Ahora, este hombre tiene mucho de niño. Se ha interesado en escribir libros para los pequeños y ha dedicado buena parte de su vida a eso. Comenzó componiendo poemas infantiles y publicó dos libros en ese género.

En 2006, publicó su primer volumen de cuentos infantiles: “El conejo en el espejo y otros cuentos para niños”. El año siguiente, Editorial Norma editó el conjunto de textos titulado “Cuentos de niños y animales”.

La otra hazaña notable de esa etapa fue la incursión en la novela para niños, género sin tradición en nuestro país. Con “De cómo Uto Pía encontró a Tarzán” (Novela infantil), y hasta ganó, en 2009, el premio El Barco de Vapor, de Ediciones SM.

Ah, pero una cosa no se puede olvidar, el muchacho que no quiso ser marinero nunca se olvidó del mar y de la vida que de él emana. En 2011 publicó un manojo de cuentos infantiles originados en la temática marina. Es un homenaje a su pueblo. Me refiero al libro “A la orilla de la mar”, Premio Anual de Literatura Infantil Aurora Tavárez Belliard, 2011. Tres años después, publicó “La paloma dálmata y otros cuentos infantiles”.

-Entonces, ¿es un aprendiz o es un escritor?

Bueno, como te dije, él ha venido creciendo, pero insiste en decir que desde hace más de medio siglo es aprendiz de escritor.

Memo y Fello Fragmento: Resultaba extremadamente difícil para Fello acertar una y el asunto comenzaba a corroerle la paz interior. Su elemental conciencia de niño no encontraba explicación al hecho, pues a su edad no podía entender mucho de azar y esas cosas, creía que no era posible que la suerte se empecinara en tanto en favorecer a su contenedor, un niño como él, de la misma edad, criados en la misma calle y con otros muchos aspectos en común. Pero lo cierto es que su amigo mantenía a Fello como quien dice humillado porque en todo caso le ganaba la competencia. Y para Memo era muy fácil pues como su padre se dedicaba al oficio de gomero, todo auto que encontraba el pueblo por lo común iba a parar a su casa y desde luego allí escuchaba los comentarios de choferes y curiosos que se acercaban al lugar para determinar la marca del vehículo...

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